"Justicia implacable", con Jason Statham: a los tiros.
La nueva película del realizador de "Snatch" propone un juego de gatos y ratones criminales donde nadie tiene las manos limpias de sangre.
El equívoco como marca de nacimiento artístico. Con Juegos, trampas y dos armas humeantes y Snatch: cerdos y diamantes, dos películas inmensamente sobrevaloradas, nacía el concepto del Guy Ritchie autor, apreciado por algunos espectadores y críticos como una suerte de Tarantino británico. Su propia filmografía se encargaría de derrumbar el mito, alternando películas de raigambre original (Revólver, la reciente Los caballeros) con reinvenciones poco afortunadas de hitos pretéritos como Aladdín, Sherlock Holmes y El agente de C.I.P.O.L., usualmente atravesadas por los mil y un chirimbolos narrativos y formales. El cine como show-off técnico, sin alma pero siempre al palo. Justicia implacable es un remanso en la obra del ex de Madonna, un ejercicio casi clásico, al menos para los parámetros del realizador. Basada en el film francés de 2004 Asalto al camión del dinero, se trata, en parte, de una relectura del cine de ladrones endurecidos que siguió al noir clásico, con títulos como Mientras la ciudad duerme y, en particular, Casta de malditos como padrinos conscientes o inconscientes.
Que Ritchie está un poco más relajado queda claro en la primera secuencia: sin cortes de montaje ultra rápidos, sin encuadres “ingeniosos”, sin diálogos irónicos, la cámara queda clavada en la parte trasera de un camión de caudales mientras el fuera de campo –aquello que apenas se adivina en las fronteras del cuadro, los gritos, los disparos– completa la idea de lo que está ocurriendo. Algunos meses después, entra Jason Statham (cuya carrera cinematográfica comenzó precisamente con Juegos, trampas…), como un profesional del negocio de la seguridad, el nuevo empleado de la misma compañía víctima del crimen. Presentación de varios personajes secundarios, un poco de humor con diálogos semi filosóficos y entonces sí la primera escena de acción, en la cual H (así lo llaman al pelado) se carga él solito a seis ladrones. Y claro, luego de las reticencias iniciales, todos en la empresa lo coronan como héroe. El guion propone entonces el primero de dos extensos flashbacks que, con diferentes puntos de vista, pondrán en perspectiva todo lo visto hasta ese momento.
Es que H tiene una agenda súper secreta, que el nombre local de la película no reverencia: lo suyo no es tanto la búsqueda de la justicia como la más visceral de las revanchas. Wrath of Man (la ira del título original es en cambio bien clara) propone un juego de gatos y ratones criminales donde nadie tiene las manos limpias de sangre. En ese sentido, el de Statham no es tanto un personaje heroico en el sentido clásico e impoluto del término, sino un demonio vengador a punto caramelo. Película de robos sofisticados, aunque no precisamente de guante blanco, atravesada por las maneras de la acción noventosa (más cerca de Fuego contra fuego que de Arma mortal), Justicia implacable es básica pero entretenida. Un juego cinematográfico de bajas ambiciones que –a pesar de ello o precisamente por esa misma razón– es lo mejor que ha pergeñado Guy Ritchie en muuucho tiempo.