El director británico Guy Ritchie, con una carrera de films que van de lo simpático y original a lo muy olvidable, vuelve a trabajar con el héroe de acción Jason Statham (como en Juegos, trampas y dos armas humeantes, Snatch: cerdos y diamantes y Revolver) en este thriller ultraviolento que, en principio, parece una de asalto. A un camión de transporte de valores. En una secuencia impresionante que va del suspenso y la tensión insoportable al estallido de violencia con las peores consecuencias.
Después de esa intro, el duro de Statham entra a trabajar en la empresa que maneja esos vehículos blindados. Su rol es proteger, con su vida si hace falta, los miles o millones que transportan ahí adentro hacia distintos puntos de la ciudad de Los Ángeles. Aunque parece claro que su única expresión inamovible esconde una agenda secreta. Quién es realmente, porqué está ahí, qué pasó y —sobre todo—, qué está por pasar, son cuestiones que se dirimen en ese principio, donde todo empieza y termina, y al que Ritchie vuelve una y otra vez.
Con la sequedad de un policial de la vieja escuela, con un héroe solitario que no confía en nadie, esta película basada en Le Convoyeur, con Jean Dujardin, avanza golpe a golpe, tiro a tiro. Con la melancólica convicción de su protagonista, sin desvíos ni subtramas. Acumulando tensión y manteniendo nuestra atención plena durante sus intensas dos horas. Hacia un desenlace consecuente: que prescinde de toda complacencia y no concede a ninguna corrección política.