Hay por lo menos dos motivos para sentarse a disfrutar Justicia implacable. Uno es que la dirige Guy Ritchie, que cuando se enfrasca en retratar a hampones de bajo fondo, es difícil, pero muy difícil que le salga algo mal.
El otro es la presencia de Jason Statham, que a mí me parece que de los héroes o antihéroes o villanos de acción, es de lo más carismático que hay.
Como en muchas de sus películas, porque no es que este inglés pelado, de ya 54 años, tenga una capacidad de actuación que asombre, Jason hace de un tipo misterioso.
El filme del ex de Madonna arranca con un plano secuencia arriba de un camión de caudales. La charla es casual, trivial, hasta que un camión se cruza enfrente y un hombre con chaleco y una señal de Stop les corta el paso. Son ladrones, fuertemente armados, que se llevarán el botín, no sin antes matar a dos custodios y a un joven inocente.
Y cuando meses más tarde Jason Statham, apodado como H, ingresa a esa firma de transportadores de caudales, y apenas pasa raspando la prueba de manejo y tiro al blanco, uno ya se imagina que algo raro hay.
No somos los únicos. Un supervisor (Eddie Marsan, habitué en el cine del director de Sherlock y Aladdin) también desconfía de H. Más que nada cuando, al ser víctimas de otro atraco, H no se inmuta, salva a “Bala” (Holt McCallany, sí, el actor de Mindhunter) y deja como un temeroso, por decirlo suavemente, a Dave (Josh Hartnett, a miles de años de Sin City, Pearl Harbor y La caída del Halcón negro).
Bueno, H no sufre un solo rasguño y elimina a todos los criminales que le hacen frente. Y sino, los persigue. Y los mata bien muertos.
Pero además de un thriller, y de un filme de acción, Justicia implacable (Wrath of Man) es una película sobre el orgullo.
Sí, hay algo que motiva a H, y que no vamos a spoilear. Y que hace que Ritchie vaya y venga en el tiempo, salte hacia el pasado y al futuro o presente, contando de nuevo ese atraco del comienzo, y mucho más.
De nuevo, la facilidad -algo no muy común ni siquiera en los directores que pisan Hollywood con éxito- que tiene el director de Snatch y Los caballeros: criminales con clase para hacer dialogar a los hampones es fundamental, también, aquí.
Y entre los muchos rostros reconocidos que ya nombramos, del lado de los malvados -o los más malos- está Scott Eastwood. Sí, uno de los hijos actores del gran Clint, que es más alto (1,93 m contra 1,80 m del nene) y se diría que más grande en todo sentido, pero verlo en la pantalla hace, irremediablemente, pensar en su padre, por la manera de caminar, sus poses y los gestos.
Justicia implacable dura casi dos horas y es un filme entretenido, violento, que tiene muchas vueltas en su trama y que jamás menosprecia la atención del espectador.
No suele haber muchos thrillers de acción tan bien filmados, así que bien vale darle, de nuevo, una oportunidad a Ritchie y a Jason.