Justicia implacable

Crítica de Rodrigo Seijas - Funcinema

UN RITCHIE DESCONOCIDO…Y PARA BIEN

Con una filmografía tan ecléctica como despareja, Guy Ritchie es de esos realizadores al que muchas veces su pulsión por dejar bien impresa su huella estética le termina jugando en contra. Además, con sus juegos narrativos suele transitar un desfiladero muy estrecho entre la simpatía y la canchereada vacía. De ahí que ha entregado films que son pura diversión y espíritu lúdico, como Snatch: cerdos y diamantes o El agente de C.I.P.O.L., pero también películas irritantes como RocknRolla o Los caballeros. Cineasta pirotécnico, Ritchie suele cada tanto pegarse tiros en los pies. Por eso, Justicia implacable -horrible traducción para el original Wrath of man (algo así como La ira del hombre)- es su opus más sorprendente hasta la fecha.

De hecho, Justicia implacable parece filmada por un director más vinculado con los estilos de William Friedkin, John Frankenheimer o Michael Mann. Incluso hay elementos relacionados con el cine de Jean-Pierre Melville. Es decir, todos cineastas a los que nunca conectaríamos con el montaje frenético y la estética videoclipera de Ritchie. Sin embargo, ahí tenemos a Jason Statham casi como una reencarnación del Alain Delon de El samurái, otro profesional del crimen frío e imperturbable. Su protagonista se hace llamar simplemente H y acaba de comenzar a trabajar en una compañía de camiones de caudales que transporta millones de dólares cada semana por Los Ángeles. Tanto los demás personajes como nosotros, espectadores, sabemos poco de él, aunque vamos intuyendo que su plan no es simplemente ir de casa al trabajo, y del trabajo a casa. Cuando se da un intento de asalto y H exhibe una destreza inusual para liquidar a todos los atacantes, quedará claro que no es precisamente un tipo común y que sus propósitos son más personales que profesionales.

La primera hora de Justicia implacable es realmente muy buena: arranca con una secuencia inicial notable rodada con un plano fijo desde dentro de un camión blindado y sigue con una narración seca y precisa, que se toma su tiempo para presentar al protagonista, los enigmas que lo constituyen y el mundo que se va delineando a su alrededor. Todo es profesionalismo, rudeza, personajes que se explican a sí mismos desde un machismo casi paródico pero a la vez verosímil, con la fisicidad granítica de Statham como hilo conductor. Claro que cuando van quedando un poco más claras las motivaciones de H, el relato empieza a aplicar una serie de giros argumentales mucho más propios del cine de Ritchie. En esos minutos de vueltas de tuerca astutas aunque también antojadizas, la película amaga con irse para el lado de la seriedad impostada al estilo Christopher Nolan.

Sin embargo, cuando el film amenazaba con descarrilar, Ritchie recupera el tono del comienzo. Lo hace justo a tiempo, al aproximarse a la resolución, que es la instancia narrativa donde este tipo de thrillers suele fracasar. Los trucos argumentales persisten, pero ya más vinculados a una cuestión identitaria y de códigos que se explicitan desde la acción pura y directa. Entonces, por lógica, Justicia implacable termina arribando a un duelo visceral de concepciones sobre los deberes individuales y grupales, enmarcado en un impactante tiroteo dentro de un espacio cerrado. No hay chiches estéticos, solo furia y sonido, además de un cierre coherente con lo que se narró previamente. Con Justicia implacable, Ritchie entrega una de sus películas más atractivas y la vez menos representativas de su cine, lo cual no deja de ser particularmente interesante: de la nada, cuando menos se lo esperaba, el realizador nos muestra un rostro que no conocíamos. ¿Estuvo siempre ahí? Es una pregunta que vale la pena hacerse.