Un Bieber idealizado y ahora, además, sin 3D
En su película anterior, "Never say never", Justin Bieber era un superastro adolescente filmado en 3D para conmover a sus fans con una leve sacudida de flequillo en slow motion. Como documental de música pop, era muy eficaz en describir cómo nace una estrella en el siglo XXI, desde el mundo virtual al mundo real, y también era interesante por todo lo que no mostraba.
Filmada por el mismo director, esta especie de secuela biográfica es mucho más convencional, y se centra mucho más en los conciertos de la gira a la que se refiere el título, aunque también hace lo imposible por sostener la imagen del ídolo (hoy bastante alicaída, al menos en los Estados Unidos, dicho sea de paso). Justin ya es mayor de edad, tiene conflictos que obviamente no están reflejados en la película, y esta vez lo que no se muestra vuelve al producto mucho menos interesante como documental. Y no hay 3D.
Lo mejor que se puede decir de de "Believe" es que es una brillante estrategia de marketing para hacer perdurar la imagen redituable de aquel superastro teenager que en el mundo real parece que ya casi esta calificando para rockear junto a Pity de Viejas Locas.
Fuera de broma, los conciertos están muy bien filmados, con un estilo que recuerda a clásicos del género de los 80 y 90, por ejemplo "Sign O' the times" de Prince, y los mejores momentos de estas escenas no sólo parecen estar diseñados para liberar la histeria de las fans del ídolo (hay una docena larga de hits, asegurando el éxito cuando esto salga en DVD) sino también para hacer foco en el talento y carisma de Bieber. Casi todo lo extramusical (el stress, los backstages, la preocupación por cuidar a su público, los agresivos paparazzi) realmente causa rechazo, por inverosímil.