Soñar despierto
Este filme que marcó el retorno de Francis Ford Coppola es un curioso relato épico.
Como una película de superhéroes -The Watchmen o algunas de las historias originarias de X-Men- pero sin acción ni extravagantes disfraces; como Lost pero sin suspenso, como una versión "eurotrash" de El curioso caso de Benjamin Button: el retorno al cine de Francis Ford Coppola en Juventud sin juventud es una de esas películas inclasificables en las que los diversos temas que suelen ser el subtexto de buena parte de los géneros (o los Mitos Originarios, en el caso de los superhéroes) están puestos en primer plano. Arriesgando su reputación con un filme al límite del absurdo, Coppola se basa en una novela del rumano Mircea Eliade para envolver al espectador en un universo de ideas, yendo de la filosofía al misticismo, de la religión a la lingüística, del romanticismo a la historia casi sin dejar asunto por explorar. Y con todo eso hace una película que, si bien es fallida en los términos convencionales del relato cinematográfico, también es admirable por lo ambiciosa, arriesgada y, básicamente, por ser cercana al espíritu de búsqueda y a las obsesiones de su realizador.
Los que admiran al director de El Padrino que hay en Coppola deberían mantenerse lejos del cine. Este filme tiene más puntos en común con cosas de Apocalypse Now, Golpe al corazón, Peggy Sue, Drácula y hasta Jack, pero con un abandono formal que lo acerca -no lo suficiente, lamentablemente- a los más recientes experimentos de David Lynch.
Es la historia de un académico rumano, Dominic Matei (Tim Roth), un lingüista anciano y depresivo que, en 1938, quiere suicidarse frustrado con su vida -un amor perdido tiempo atrás- y con la imposibilidad de concretar su obra: descubrir los orígenes del lenguaje. Pero un día, es alcanzado por un rayo y termina en un hospital. Y así se convierte... en un superhéroe.
Es cierto que la película -como El protegido, de Shyamalan- jamás se adentra en las convenciones de ese género, pero no se puede decir otra cosa de la historia de un hombre que, tras ese accidente, descubre que su cuerpo rejuvenece (tiene más de 70, parece de menos de 40) y que tiene la capacidad de aprender idiomas en minutos y leer libros enteros con sólo mirarlos.
En la primera hora, Matei será perseguido por los nazis que quieren experimentar con él, desarrollará un doble con el que debatirá asuntos filosóficos, soñará despierto (o viceversa) y deberá entender lo que le sucede mientras que, con renovado vigor, tratará de adquirir todos los conocimientos.
Tras escaparse de los nazis, en un movimiento "lynchiano", Coppola terminará una película y empezará otra. En Suiza, ya mucho después de la guerra, conocerá a una mujer (Alexandra Maria Lara) que luce igual a su antiguo amor y que, de paseo por las montañas, tendrá un similar accidente meteorológico al suyo. Pero a ella le "pegará" de otro modo, tornándose mística, reencarnando en Rupini, una discípula de Buda con la que Dominic sólo se comunica... en sánscrito. De allí en adelante será la historia de esa relación y de las complejidades romántico-filosóficas que traerá, no muy distintas a las de Benjamin Button, pero con una estética más cercana a cierto cine de autor europeo de los '60.
Si todo esto puede sonar absurdo, bueno, lo es y no lo es. Si uno resumiera la trama de la serie Lost se vería en una situación similar de coqueteo con el ridículo y ni hablar de cualquier mitología de algún comic de Marvel. Pero Coppola no atiende a las reglas que contextualizan las ideas de ese tipo de películas, sino que va de lleno a los temas, con una estética propia que es también un recorrido por la historia del cine. El problema, acaso, es que no se libera lo suficiente, y su necesidad de atar cabos lo dejan, por momentos, más cerca de Subiela que de Buñuel.
El paso del tiempo que puede (o no) ser vencido (Jack, Peggy Sue), el mito del eterno retorno, la dualidad del ser humano (Drácula, Apocalypse Now), la necesidad del conocimiento frente al amor romántico y el deseo por la aventura que puede conducir al delirio (Apocalypse, La conversación, Tucker) son algunos de los temas -la familia, su otra gran obsesión, quedó para Tetro- que explora, sin miedo a nada, un Coppola que parece rejuvenecido y avejentado a la vez: disparado hacia la exploración pero haciendo base, todavía, en recursos discursivos gastados y algunas obvias metáforas visuales. Película fallida pero fascinante, Juventud... deja por lo menos en claro que, más allá del rayo que le desorganizó el cerebro (¿o será el éxito de sus viñedos?), Coppola sigue siendo fiel a su universo.