El arte de preguntar sin responder
Se trata de una película que el director de El padrino quería filmar desde niño y después de diez años de dedicarse a negocios más rentables pudo concretar. Digna de verse más de una vez, invita a entrar en ella más allá de lo racional.
Ahora podemos comprender mejor el motivo del alejamiento de Francis Ford Coppola en los últimos diez años. Fue de público conocimiento que se volcó a seguir de cerca la producción de sus viñedos y a la industria hotelera. Y es que según ha declarado necesitaba reunir cierta suma de dinero para llevar a cabo, de manera independiente, lo que tal vez sea su proyecto mas personal, el que soñaba ver en pantalla desde que era niño; el que hoy nos ofrece este cautivante, y en parte hermético film que sólo se ha dado a conocer en formato DVD, que aún no se ha estrenado en España (sí, en cambio su último film Tetro), el que ha provocado reacciones enojosas y sólo algunas favorables.
Señalábamos que Juventud sin juventud es un film que desde una primera visión uno puede llegar a definir "hermético", como lo es ciertamente todo tipo de conocimiento que no abre de manera legible su propio universo. El film de Coppola, basado en una breve novela de Mircea Eliade, rumano, uno de los más grandes conocedores en el campo de las religiones, merece más de una visión porque tal vez su propuesta recorre múltiples caminos que van diseñando una inacabada trama.
De igual manera, el film de Coppola, cuya última obra conocida en nuestro país fue El poder de la justicia, sobre best seller de John Grisham, puede generar un manifiesto rechazo ya que si bien el relato proporciona algunas claves de lectura, las mismas, inmediatamente, salen al cruce de otras, no explicando desde una relación casual ya naturalizada, sino por el contrario haciendo emerger nuevos interrogantes.
Como el título ya lo indica, aquí lo que quizá Coppola nos acerque es otra visión sobre el tiempo, sobre su transcurrir, sobre sus caprichosos juegos que transforman el sustantivo "tiempo" en otros modos de percibirlo. Tiempos que se van superponiendo o bien que se proyectan hacia un futuro o se lanzan hacia algún lugar remoto del pasado; ese tiempo que se vuelve pura vivencia, en las imágenes de relojes, a partir de las instancias finales de la vida de un hombre, que aún no ha completado su trabajo de investigación, que vuelve a revivir su único gran amor perdido.
Pero tampoco esto puede resultar totalmente convincente para quien haya visto el film y esté leyendo ahora esta nota crítica. Porque debo reconocer que tras haberlo visionado ya tres veces descubro el influjo hipnótico que el film logró en mí y que lejos de poder armar la figura final, la misma se va modificando ante cada nueva duda. Pero tal vez sea una manera de dialogar con este film en el que vemos ya desde el inicio a un hombre anciano llamado Dominic Matei que aquel día fue sorprendido por un rayo y que lejos de transformarse en un ser muerto rejuvenece, ante la mirada atónita de los científicos, ante la actitud vigía y especulativa de las fuerzas del nazismo.
Algunos críticos ya han definido a Juventud sin juventud (términos que adquieren una particular semántica desde la preposición "sin"), como film "maldito"; es decir no aceptado, lo que explica la negativa de las distribuidoras a su exhibición. Coppola, tal como declaró en el Festival de Roma del 2007 cuando la presentación del film, respondió en la conferencia de prensa: "Este es un film que el público debería ver y rever varias veces, gratis, para poder metabolizarlo. Debemos ya terminar con la idea de que el film debe sí o sí dar respuestas".
Intentar continuar una búsqueda, recuperar ese amor perdido. El personaje interpretado magistralmente por Tim Roth, taciturno y reservado (al igual que el que componía en el marginado film de Tornatore La leyenda de 1900) se lanza obsesivamente detrás de su amado proyecto que nos lleva al origen mismo de las lenguas; anterior, quizá, a la misma Historia. El film abre a diferentes escenarios y uno puede escuchar el eco del texto de Borges Historia de la eternidad, publicado en su primera edición por Emecé en 1953.
Como recordará el lector en su visión tan personal del personaje de Bram Stocker, Drácula, figura mítica que ha poblado tantas noches de horror sobrenatural, hay alusión a la inmortalidad. Y el tiempo igualmente en su circularidad llevará a Peggy Sue a su propio pasado. En el film que hoy comentamos, y del cual sólo trazamos un sutil bosquejo, Coppola nos acerca a los misterios del universo, aquellos que quedan suspendidos a través de los tiempos, a la frágil frontera existente entre sueño y realidad.
En Juventud sin juventud creemos reconocer de qué manera juega la ciencia ante ciertos intereses e igualmente de qué formas ayuda a intentar definir algunos hechos. Paralelamente al haber ubicado al film en una década de sistemas totalitarios como son los años treinta del pasado siglo, nos permite escuchar su propia versión sobre el peso de la Historia, su gravitación.
Film perturbador, Juventud sin juventud atraviesa territorios y nos lleva hacia el mismo ámbito espiritual de la India, lugar en el que la cámara de Coppola se detiene para imprimir otro movimiento de la circularidad del tiempo. Ya anteriormente Bernardo Bertolucci nos había conducido a Oriente en Pequeño Buda y Martin Scorsese en su film maldito Kundun. El camino a Oriente nos revela la presencia de otros vocablos que a veces nos resultan ajenos por su particular cosmovisión. Pero tal vez estén planteando los mismos interrogantes ante temas tan complejos como la migración de las almas, el karma y las transmisiones a través de la mente.
El film de Coppola se puede pensar como un viaje iniciático que se vale de la metáfora para nombrar lo que es, quizás indescifrable. En su guión, reconocemos diferentes géneros el melodrama, la ficción científica, historia de espías. Desde su trama, que nos vuelve a llevar al Café Selecto desandamos tiempos y caminos en el que encontramos citaciones literarias y la circular presencia de una rosa. Tal vez sea un film que no sólo desde lo racional nos invita a ingresar ya que allí anidan los misterios del amor.
Pienso entonces en otra obra ignorada de Coppola Golpe al corazón y me sorprenden por igual las palabras de Jorge Luis Borges en uno de sus últimos relatos, La rosa de Paracelso.