La sinfonía del ocaso
Michael Caine y Harvey Keitel sostienen Juventud, la película de Paolo Sorrentino, en el escenario de ensueño de Los Alpes suizos.
Un hotel spa exclusivo en un enclave de Los Alpes suizos es el lugar en el que Paolo Sorrentino imagina una Babel refinada, decadente, fuera del mundo aunque expresión terminal de él. Allí se encuentran dos viejos amigos, consuegros: Fred Ballinger y Mick Boyle. Michael Caine y Harvey Keitel funcionan como el eje de Juventud, una película bella, visualmente exquisita, de estructura sinfónica.
Las escenas que concibe el director que deslumbró con La gran belleza se suceden como en un álbum de fotografías. El director de orquesta y el director de cine, maestros de prestigio, conversan sobre el pasado, comparten impresiones, auscultan el entorno en el que los pasajeros se mantienen a distancia prudente. Salvo el actor que medita sobre su próximo papel (Paul Dano) y la hija de Fred, Lena (Rachel Weisz).
El paisaje natural domina la escena, inalterable, sobre el que reposa una suerte de palacio suntuoso al que llegan Miss Universo, un monje tibetano que intenta levitar, parejas, y un personaje que no se nombra porque su presencia es suficiente.
Roly Serrano compone a Diego Maradona, obeso, casi discapacitado para caminar, asistido por un respirador. La imagen fellinesca irrumpe como una más en ese lugar detenido en el tiempo, en el que justamente los amigos se asumen observadores sin futuro.
La puesta cinematográfica imponente se asocia al elenco que genera fascinación por sí mismo. No hay conflictos complicados, sí historias de vida de las que se conocen algunos datos que explican la tristeza de Fred, acusado de apatía, y el desasosiego de Mick, que prepara el guion de su última película, un testamento de dudosa necesidad.
La música vuelve a ocupar el espacio de un personaje imprescindible para Sorrentino. Abre esa especie de concierto multicultural que acompaña el desarrollo de la película, el grupo The Retrosettes, una banda de Manchester, Gran Bretaña, con el tema You Got The Love.
Contemplativa, con dosis de ensoñación, Juventud también gira en torno a la composición por la que se lo recuerda a Fred: Simple Song. La pieza (de David Lang) suena sublime al final con gran orquesta y la voz de Sumi Jo.
En el retiro de alta montaña los amigos descargan su melancolía en medio de una coreografía de camareras, asistentes y sesiones de masaje. La piel y sus edades, en foco por la cámara de Sorrentino, se manifiesta. Hay en la película un medio tono existencial, con un par de estallidos, como el de la hija, estupenda Weisz, o el de la diva, aparición breve de Jane Fonda.
Sorrentino arma un nuevo cambalache europeo en el que no falta la reflexión sobre el arte, los recuerdos y lo que queda cuando se detienen los relojes. Juventud exige del espectador entrar en esa sinfonía sin esperar respuestas.