Juventud

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

Fórmulas “light” para combatir la vejez

El director de Il divo y La grande bellezza convocó a un gran elenco para tratar temas trascendentes: el paso del tiempo, la creación artística, los recuerdos, amores y rencores. Pero su tratamiento nunca deja de ser superficial e incluso publicitario.

El séptimo largometraje del director napolitano Paolo Sorrentino luego de la multigalardonada La grande bellezza puede parecer, a priori, un proyecto más introspectivo. Intimista, incluso. Nada más alejado de la realidad. A pesar de transcurrir, casi en su totalidad, en un exclusivo spa enclavado entre las montañas y los valles del cantón suizo de Berna –hotel con algo de geriátrico, más allá de la presencia de algunos huéspedes jóvenes–, Juventud resulta tan expansiva en su tono, estilo y ramificaciones como los anteriores esfuerzos del realizador. Más aún: como ocurría en aquel film o en Il divo –su particular aproximación a la figura de un político de alcurnia–, podría afirmarse que una parte sustancial del film está empapada por la mirada del protagonista, un encumbrado compositor y director de orquesta retirado, interpretado con flema y algo de ironía por esa institución de la actuación británica llamada Michael Caine.El tal Fred Ballinger anda descansando de su retiro junto a su hija (Rachel Weisz) y un amigo, el director de cine norteamericano encarnado por Harvey Keitel, parte de un reparto envidiable que se completa con Paul Dano y la presencia sorpresiva –casi a último momento– de Jane Fonda. De esa manera Youth se transforma, por lógica narrativa y necesidades comerciales, en la segunda película de Sorrentino rodada en idioma inglés luego de This Must Be the Place. Que la historia gira alrededor de grandes temas como el paso del tiempo, la vejez, la creación artística, los recuerdos, amores y rencores de toda una vida y las ansias más vitales que pueda imaginar el ser humano es algo que Sorrentino deja en claro casi desde las primeras escenas, luego de que Ballinger saque a las patadas (no literalmente, claro: con la más afilada verba posible) a un emisario de la reina británica. Por ahí cerca, en el mismo albergue, anda el mismísimo Maradona en su versión más rolliza posible, interpretado con gracia mimética –y un tubo de oxígeno a cuestas– por el argentino Roly Serrano, otro recordatorio de las glorias pasadas y los presentes no tan idílicos, cuestiones sobre las cuales Juventud volverá una y otra vez.Cada tanto, como en La grande bellezza, el relato intercala breves interludios musicales y/o descriptivos, deudores muchos de ellos, hasta el hartazgo, del Fellini post La dolce vita. Marcados por esa sobrecarga grotesca que sin dudas ya estaba presente en el cine del director de Amarcord, lo de Sorrentino sólo puede definirse como imitación y homenaje superficial. “Nos dejamos llevar, al menos una vez, por un poco de ligereza”, le dice la estrella de Hollywood encarnada por Dano a Ballinger en una de sus pláticas nocturnas. Precisamente hay algo leve, en el mal sentido de la palabra, algo banal y “publicitario”, no sólo en la manera en la cual el film encuadra, fotografía y mueve a los personajes sino en el tratamiento dispensado a sus conflictos y pesares más trascendentes. Como si Sorrentino no confiara en el desarrollo del relato y necesitara remarcar y remachar cada línea de diálogo con tres o cuatro golpes de martillo.Nada nuevo bajo el sol: el cine del director en general difícilmente pueda ser definido como sutil. Pero esa bravura técnica y estilística que podía aportarles brío a varios pasajes de sus films anteriores parece aquí fuera de lugar, autoimpuesta, un aspaviento que poco tiene para ofrecer y que se esfuma una vez que el movimiento desaparece. Y que, como un oropel o una baratija bien pulida, aporta dosis regulares de vulgaridad estética a una historia que acompaña cada presunción de profundidad filosófica (ahí están las citas cultas: Stravinski, Novalis) con un golpe de obviedad emocional. Como si en lugar de crear una película Sorrentino estuviera pergeñando una publicad para venderla.