Dos viejos indecentes
‘Juventud’, de Paolo Sorrentino, navega entre el ingenio y la berretada pero logra un par de momentos inolvidables.
Si digo que lo mejor de Juventud son las participaciones de Roly Serrano y de Jane Fonda algunos podrán pensar que es un gesto de esnobismo de mi parte y otros se enterarán de esta manera que Serrano y Fonda comparten una película. A ellos, a los ex ignorantes, les cuento: Roly Serrano hace de un Diego Maradona obeso que camina con bastón y un tubo de oxígeno y tiene tatuado en la espalda el rostro de Karl Marx.
Paolo Sorrentino viene de ganar el Oscar con La gran belleza y era de esperar que en su siguiente película se desatara por completo y se tirara de cabeza en esas escenas medio fellinianas (si somos benévolos) o subielescas (si somos malvados). Juventud está repleta de pavadas arbitrarias y surreales, momentos que caminan por la cornisa entre el ingenio y la berretada, pero no están en esos momentos los problemas de la película sino en los otros, en los pretendidamente serios, en los que la “trama” avanza y los personajes hablan. Porque los personajes hablan. Mucho.
La película transcurre en una especie de resort de lujo en los alpes suizos. Ahí están los septuagenarios Fred Ballinger (Michael Caine) y Mick Boyle (Harvey Keitel), un director de orquesta retirado y un director de cine en decadencia, amigos de toda la vida. Un emisario de la Reina Isabel llega para pedirle a Fred que salga del retiro y dirija por única vez una orquesta en el cumpleaños del Príncipel Felipe. Por su parte, Mick está terminando de escribir el guión de su última película, que será su “testamento”, junto a un grupo de guionistas jóvenes.
Andan por ahí también un actor joven (Paul Dano), la hija y asistente de Fred, recién separada o más bien abandonada (Rachel Weisz), el Diego Maradona del que hablábamos (Serrano) y algunos otros personajes más bien terciarios que le dan color a ese pequeño Universo.
Es cierto que Juventud tiene por momentos un encanto notable gracias a las imágenes que Sorrentino imagina y logra plasmar con la ayuda de su DF de siempre Luca Bigazzi, y que además del pequeño estallido que ocurre cuando aparece para sus dos escenas Jane Fonda está el inmenso Michael Caine dotando a su Fred de una complejidad que no se percibe en los papeles y evitando -esto es fundamental- caer en el patetismo que por momentos la película amenaza con darle.
Pero la película tiene dos caras. Además de estos momentos de ingenio, arbitrarios y que muchos pueden catalogar como “autoindulgentes”, surreales, subielescos o fellinianos, que podemos disfrutar o no (yo disfruté algunos) pero en los que hay cine, están los otros en los que los personajes hablan en discursos interminables, repletos de lugares comunes y aforismos sobre la vida, la muerte, la vejez y el amor, que parecen ser el corazón temático de la película pero la ahogan. Además de que no funcionan en sí, pertenecen claramente a otra película.
Pero aún con estos problemas y con cierta cosa de viejo pajero y gagá que tiene Sorrentino (aunque anda por los 45 nomás), los momentos atractivos de Juventud van a quedar para siempre: Roly Serrano haciendo jueguitos con una pelotita de tenis hasta quedarse sin aire, Caine y Keitel discutiendo sobre una mujer que se cogieron (o se quisieron coger) hace más de cincuenta años y Jane Fonda diciéndole a Keitel “dejá de chuparme el culo” son los míos. Otros tendrán otros y quizás ahí esté, en definitiva, el encanto de Juventud.