Decadencia y redención
A pesar de haber tenido la posibilidad de contar en su elenco a una figura de la talla de Sean Penn cuando estrenara Este es mi lugar (2011), el guionista y director Paolo Sorrentino logró el reconocimiento mundial necesario con La grande bellezza (2014) en la que contaba con un elenco de desconocidos, sobre todo si la comparamos con la producción que nos ocupa hoy. Porque nadie dudaría de que Juventud tiene varios motivos desde sus piezas gráficas promocionales para invitar a ser vista, como el afiche con la figura de la imponente rumana Madalina Ghenea dejando impávidos a Harvey Keitel y Michael Caine mientras se mete en la misma piscina en la que ellos reposan. Y aunque se preste un poco a la confusión -o intención promocional- de creer que estamos ante una película picaresca o una comedia sexista liviana, en realidad se trata de todo lo contrario, a pesar de que el humor y las situaciones procaces no estén ausentes como parte de algo mucho más interesante y profundo.
Los dos ancianos compuestos por el dúo Caine-Keitel son el eje de la historia y quienes se ponen el peso encima de la misma. El primero es un compositor resignado a pasar sus últimos días sin ejercer que trata de congeniar con su hija con problemas matrimoniales (Rachel Weisz) y el otro un director de cine apasionado que combina el descanso con el trabajo junto a su equipo de jóvenes colaboradores, en la búsqueda de concretar su última producción. Ambos intentan reconstruir, al mismo tiempo, recuerdos de una larga amistad que remontan desde su infancia y tratan de salir de los problemas que se les van presentando en esta vejez que llega sin preguntar y a la que intentan adaptarse a su manera.
Juventud es una pieza con múltiples referencias culturales y una herencia fellinesca innegable. Las formas, los colores, los encuadres de cada plano en cada escena viven por sí mismos y cuentan micro historias independientes del relato principal. Y hasta los personajes secundarios cobran una relevancia que en muchos casos supera a la de las historias centrales o les ayudan a dar un peso extra. Porque lo importante no es hablar de los personajes en sí mismos sino de cómo viven y aceptan su decadencia o tratan de descubrir ese proceso inverso que significa buscar la juventud perdida.
Entonces también tenemos al actor que no logra superar la frustración de ser reconocido -y encasillado- sólo por su papel más impersonal (Paul Dano), a la hija/asistente (Weisz) del compositor que acaba de ser abandonada por su esposo por otra mujer más “exitosa”, la reina de belleza que deja desnudo en su ego al mismo actor infravalorado justamente por traducir en pedantería su frustración y por último al Diego. Sí, Maradona mismo está presente -personificado por Roly Serrano- en uno de sus peores momentos, físicamente hablando porque, siendo coherentes, se trata de mostrar decadencia y vaya si el ex-jugador ha pasado por eso aunque cual delfín, cada tanto saque la cabeza y salte para luego caer alternativamente en ese mar de miserias en que ha convertido su existencia. Incluso es curioso cómo se separa la admiración por el ídolo mundial de la mirada objetiva sobre alguien cuya fama y genialidad no están en su razonamiento o forma de expresarse más allá de la devoción que el público argentino tenga sobre él. Cuando se asoma a decirle a un pequeño artista “yo también soy zurdo” y el personaje de Dano le espeta con “eso lo saben todos”, se intuye una irreverencia al hablar del astro que pocos realizadores se atreverían a mostrar. Por mi parte, agradezco esa falta de condescendencia que ya nos tiene un poco cansados en el mundo extra-futbolístico.
Y luego está el sexo, no como ingrediente de carácter explícito sino como un desfile de cuerpos al natural, la desnudez como algo desvencijado y carente de erotismo prefabricado, reflejo de esa decadencia y sin ninguna intención de expresar más que la idea de que el tiempo no hace excepciones y tampoco entiende de pudores, algo que tampoco parece afectar a ninguno de los residentes de ese lugar. La excepción que sirve de parámetro es la irrupción de ese cuerpazo tallado que exhibe la Miss Universo -Madalina Ghenea, segunda mención en esta nota- con el sólo objetivo de ofrecer un contraste impiadoso. Y por supuesto las miradas, los cruces a veces descarados e inquietantes entre mayores y niñas que hablan de otras cosas sobre las que conviene no profundizar por si el espectador tiene una visión más ingenua o menos malintencionada de la obra.
Pero en realidad Juventud es mucho más esperanzadora de lo que pretende perturbar porque además busca, sin sutileza pero con efectividad, demostrar que el arte es el agente salvador por excelencia. No hay manera de que nuestras vidas fluyan sin dejar que el arte las atraviese como bien comprueba el compositor cuando vuelve a escuchar las melodías que compuso ejecutadas bajo su batuta, o el actor vanidoso cuando se caracteriza de Führer en público como si se tratara de un juego. Y no sólo le ocurre a los artistas, sino a los otros que disfrutan de las obras como partícipes necesarios de las mismas. Todos y cada uno de los personajes tendrán su forma de entenderlo y de ser catalizadores de esa experiencia. Todos -menos una impactante excepción- tendrán su momento de gloria y comprenderán de qué se trata eso a lo que llamamos vida, aún cuando llega a su ocaso.
Podrá reprochársele -y con justa razón- a Sorrentino el evocar con demasiado descaro a Fellini, el intentar convertirse a los empujones en sucesor sin que esto sea posible con la sola voluntad y un par de planos pretenciosos. O también que los diálogos que pone en boca de sus personajes parezcan extraídos de un librito de autoayuda que intenta aleccionar sobre el funcionamiento de ciertas cosas que se aprenden sobre la marcha -es decir, viviendo-, pero todo eso no le quita mérito a una obra que se sostiene por sí misma.
Juventud, esa edad que llevamos dentro y que sólo se escurre si la dejamos morir por ausencia de arte, pensamiento que me permito porque a veces me inspiro en los papelitos con mensajes que vienen en los bombones, al igual que el director italiano.