El dolor de tener que ser, puede ser análogo al de haber querer sido
Pese a todo lo que abarcaba “La grande belleza” (2013), al término uno seguía paladeando esa preciosa exhibición de cine realizada por Paolo Sorrentino, pero también quedaba la sensación de que no estaba todo dicho todavía respecto de la sociedad y su decadencia moral. Por eso uno bien podía preguntarse por su próximo proyecto. La respuesta es “Youth”. Más de lo mismo, sí, por suerte.
Al revés de ese gran paseo por Roma, su noche y sus excesos en la renovada y aggiornada mirada a aquella realizada por Fellini en “La dolce vita” (1960), Sorrentino tomó algunos bosquejos de esos personajes y los encerró en una suerte de resort privado y exclusivo, en el cual las miserias siguen siendo las mismas: costosas, opulentas y decadentes. Por esta razón, sería una suerte de facilismo querer comparar éste estreno con su opus anterior porque conceptualmente está más cerca de ser una secuela, o una ampliación, si se quiere, de lo hecho hace tres años y que le valió el Oscar a mejor película de habla no inglesa.
En este lujoso hotel, spa, resort, retiro (o todo junto) conviven distinto tipo de celebridades de varios países. El costado reflexivo de la historia es llevado adelante por Fred (Michael Caine), un director de orquesta voluntariamente retirado, y Mick (Harvey Keitel), un guionista convencido de estar escribiendo su última gran obra maestra, para lo cual también arrastra consigo a un grupo de colaboradores incondicionales que escriben a mansalva para tratar de encontrar el final perfecto, algo que la vida no ofrece fácilmente. A su alrededor deambulan varios personajes, cada uno en su burbuja. Diego Maradona – no mencionado como tal, pero es él - (Roly Serrano), Un actor famoso (Paul Dano), sumido en el cínico esnobismo de estar ahí para preparar un personaje; un budista con supuestos poderes de levitación; una Miss Universo que se pasea ante los ojos de quien quiera prestar atención, y varias otras referencias a los representantes de la farándula, el establishment, y el poder político (aunque socarronamente escondido).
“Youth” (juventud) no escatima conceptos metafóricos en sus imágenes, a cual más preciosa y lograda, como para dejar al espectador paladeando fotogramas en busca de simbolismos mientras los diálogos y situaciones se van encadenando como un caleidoscopio, empezando por la escena inicial con una cantante en primer plano que pivotea, junto con la cámara, dejando que el entorno se muestre en plenitud, pero en segundo plano.
A medida que el relato avanza, las caminatas se alargan y las reflexiones se hacen más enunciadas dejando que los personajes fluyan aleatoriamente, pero sin dejar de tener una ida y vuelta con Mick y Fred. Tal vez porque en ellos dos se ve el ejemplo de como una elección de vida, aparentemente llena de logros, no está exenta de una imperiosa necesidad de redención. Aquí es donde “Youth” cobra su mejor forma interpelando la moral de cada espectador, porque si algo queda claro aquí es que el dolor de tener que ser, puede ser análogo al de haber querer sido. El cine de Sorrentino está vivo y lleno de sensaciones. Sólo hay que estar atento para descubrirlas (o taparlas, según el momento de la vida)