Perdido en la traducción
Paolo Sorrentino había concretado la suma y potencia de su estilo en La grande bellezza, pero Juventud es otro intento -luego del fallido This Must Be the Place- de hacer cine en inglés. Y fuera de su idioma, Sorrentino deja de ser el italiano de modos cinematográficos expansivos y que hacen sistema. En Juventud el director napolitano sigue siendo ambicioso, y el trabajo de cámara de su colaborador habitual Luca Bigazzi sigue buscando el asombro. Pero hay algo perdido, quizá la comodidad de la lengua propia, la familiaridad con una cultura, o lo que sea que constituya ese clic necesario para que los excesos y las tentaciones abarcativas de Sorrentino fluyan de manera grácil, para que los trazos intensos de este felliniano -y con más influencias de los sesenta del cine europeo- no resientan la narración.
Juventud transcurre mayormente en un hotel spa suizo, en el que se hospedan, entre otros, un compositor retirado (Michael Caine), un director de cine veterano (Harvey Keitel), un actor joven pero consagrado (Paul Dano), un ex jugador de fútbol que en los créditos figura nombrado como "Sudamericano" pero que es obviamente Diego Maradona (interpretado por Roly Serrano), una Miss Universo y también hija del compositor (Rachel Weisz). También llegará una gran actriz (Jane Fonda). Un elenco de estrellas con un brillo por momentos abrumador, entre diálogos sobre el sentido de la vida, el amor, el paso del tiempo, el arte, la pasión, la amistad, las relaciones paterno-filiales y cuanto tema mayor se le ocurra intentar integrar en estas viñetas levemente cohesionadas. Esos temas, que también estaban en La grande bellezza, sufren aquí de aclaración constante y de verbalización explícita, como si Sorrentino no se sintiera seguro de transmitir ideas en un idioma que no es el suyo. Sin embargo, las ideas ya están ahí, y claras, con la fuerza de sus imágenes y su musicalización, que siguen siendo desbocadas, pasionales, personales, admirables. Cuando Juventud confía en el riesgo y el trabajo de los encuadres, en los movimientos de cámara y su integración musical estamos ante uno de los directores menos adocenados del cine contemporáneo, uno de los que mejor justifica las dimensiones de la pantalla más grande a la que se pueda acceder. Pero, lamentablemente, cuando Juventud pretende que entendamos muchas veces sus muchas ideas, y esas ideas se dicen con claridad rayana en la obviedad y un énfasis impenitente, sentimos que la ambición habitual de Sorrentino se ha convertido en pretensión decorativa de aforismos.