Juventud evoca sensaciones parecidas a las de hojear una revista de yates o autos lujosos. Al mejor estilo Sofía Coppola, Paolo Sorrentino introduce lo que parece ser una típica problemática de clase alta. O por lo menos alguno de los conflictos que puede perturbar a un sujeto que toda su vida tuvo todo al alcance de su billetera, pero necesita llegar a la vejez para darse cuenta que el dinero no es todo y que quizás hasta la familia es más importante que el estatus, su profesión o su riqueza. Si se tratara de otra película moralista de Disney apuntada a un público joven, quizás tendría una mayor justificación, pero no es el caso. Es una de esas película para que los padres y suegros digan a los más jóvenes "cuando tengas mi edad la vas a entender".
Durante los largos 124 minutos de metraje, Michael Caine y Harvey Keitel se pasean por un spa alpino de alta gama que hace de purgatorio para ricos. En medio de tanta reflexión pomposa y obvia, se puede apreciar el innegable ojo del realizador y sus colaboradores para captar con sus cámaras las imágenes más hermosas posibles. Superando quizás la fotografía y ambientación de La gran belleza. ¿Pero con qué fin? Una vez que la película llegue a su fin, tal como al dejar una de esas revistas de lujos innecesarios, la vida real continua. Salvo que uno pertenezca a ese 1% de la población cuya vida resulta semejante a la de alguno de los protagonistas. Y aun así, probablemente la encuentren sobreestilizada y banal.
Es cierto que no hace falta empatizar con los personajes para apreciar una buena historia. Tarantino da cátedra de ello con sus horribles personajes que a pesar de su maldad y antipatía nos resultan de lo más atractivos. Sobran ejemplos de villanos y antihéroes que por sí solos pagan la entrada a un cine. Pero la notoria mano de Sorrentino se evidencia en cada plano de la película que destruye toda noción de realidad dando lugar al artificio excéntrico de sus personajes intelectualoides. Sin embargo uno puede encontrar mayor sabiduría en canciones de rock como "Old Man" de Neil Young, o inclusive en la rebelde "My Generation" de The Who que en Juventud, que como ensayo sobre la vejez no pasa de la lectura más superficial.
Detrás de semejante retrato sobre la banalidad, cuando se resquebraja la superficie cubierta de imágenes y sonidos deslumbrantes a los ojos y satisfactorios al oído, solo queda un inmenso vacío del que solo se salvan algunas buenas actuaciones y por supuesto un buen grupo de técnicos realizando excepcionalmente su trabajo (iluminadores, sonidistas y músicos entre otros).