El dolor de ya no ser
Dos amigos que fueron grandes artistas viven el final de sus carreras en el filme del indisimulado machista que es Paolo Sorrentino.
Ya en La grande bellezza Paolo Sorrentino se regodeaba mostrando cómo cierta elite romana, artística y social, era fatua y presumida. Para ello, tomaba muchas cosas de Fellini. Y aquí, con algún toque felliniano menos vulgarizado, vuelve al ataque: la espiritualidad vacía de una generación, que en su momento, se cuenta, fue brillante, y que ahora no sabe cómo dar las hurras sin sentirse o humillada o bastardeada.
Dos son los amigos que recorren las instalaciones de un resort en los Alpes. Fred, un semi retirado director de orquesta inglés (Michael Caine), y Mick, un realizador de cine (Harvey Keitel). Fred no quiere saber nada de la invitación de la Reina de Inglaterra para que dirija una de sus mejores obras para el cumpleaños del príncipe, y Mick se ha rodeado de jóvenes guionistas ara crear lo que él entiende será su última obra maestra.
Entre diálogos sobre problemas de próstata y recuerdos de tiempos mejores, hay una contrapartida. O dos. Una, la de los personajes más jóvenes, que se debaten por un presente y futuro con escollos, desde Lena, la hija de Fred (Rachel Weisz) a un actor hollywoodense (Paul Dano), preparándose para un papel, a la nueva Miss Universo. La otra, sin nombrarlo, es Diego Maradona, encarnado por Roly Serrano. Es, también, la decadencia, pero no en palabras sino enn la literalidad de sus excesos.
Juventud es mucho más directa y acongojante que La grande bellezza. La amargura que queda en la boca al final de las dos horas es mucho más genuina que la parafernalia exhibida en la ganadora del Oscar a mejor filme extranjero. Sorrentino tal vez se crea más que lo que es -y no lo disimula, como tampoco su machismo-, pero la ternura encubierta que muestra en las escenas de desenlace ciertamente lo redimen.
El ambiente -relajado, de elite y de millonarios, igual que el de La grande bellezza- aquí es más logrado. Es un universo, con sus reglas claras y propias, y ver cómo Fred lucha por ser quién es, no dejar que le impongan nada, y a Mick soñando alto, llegan por momentos a conmover.
Lógicamente Juventud habla de ese estado interno, que se lleva y se cuenta, y que no disminuye por envejecimiento de células. Seguro no la verá de la misma manera un veinteañero que un jubilado. El secreto de Juventud es que funciona donde flaqueaba La grande bellezza: la credibilidad de las situaciones, por más que para Sorrentino los hombres sean los artistas y las mujeres, simplemente musas.
Tanto Michael Caine como Harvey Keitel cumplen actuaciones memorables. Cómo construyen y dan terminación a sus personajes es una lección de interpretación.