Una búsqueda demasiado confortable. Ficciones que hayan tenido como eje a una joven de privilegiada posición económica decidida a salir tras las huellas de un secreto familiar ha habido muchas: el hecho de que una historia de ese tipo transcurra dentro del universo de una familia pudiente no sólo es válido sino también oportuno, por las zonas oscuras que puede haber detrás de la armónica apariencia y los modales amables. El caso de Karakol, sin embargo, es problemático, ya que nada demasiado turbio parece empañar el periplo de la protagonista.
El film de Saula Benavente (productora de Secuestro y muerte y, junto a Albertina Carri y Diego Schipani, de Bernarda es la Patria) comienza con la aparición de Mercedes (Dominique Sanda, que ya registra trabajos previos en el cine argentino, como Yo, la peor de todas y Garage Olimpo) conversando con sus hijos en su luminosa casona de paredes blancas, seguida del despliegue histriónico de Soledad Silveyra –a un paso de la sobreactuación– encarnando a una tía efusiva que, en determinado momento, le regala a la sirvienta un prendedor como si estuviera dándole un vuelto. Ese gesto y alguna referencia aislada a un portero y a una mujer paraguaya son los únicos atisbos de la indiferencia hacia los personajes de otra clase social con otras preocupaciones en el transcurso de Karakol, en la que se habla todo el tiempo de viajes, aviones, vestidos y preparativos para una boda.
Está claro que en el seno de esa familia puede anidar una doble vida o una traición y que esto genera dudas en Clara (Agostina Muñoz, actriz de varias películas de Marcelo Piñeyro e Inés de Oliveira Cézar), pero hasta cuando visita una biblioteca o una librería en busca de información todo luce demasiado impostado, demasiado elegante. El viaje la lleva a territorios majestuosamente desolados –el título de la película, con resonancias a marca de ropa o a glamoroso bar, resulta ser precisamente el nombre de una ciudad–, donde tendrá oportunidad de reencontrarse con cierta persona que se traslada hasta allí sin sobresaltos, para luego dialogar ambos serenamente, entre tazas de té finamente decoradas y almohadones refinados.
¿De qué sirve develar el secreto profundo de quien uno ama? es una de las inquietudes que plantea la promoción de Karakol, pero el film no genera el desasosiego o melancolía que tal interrogante despierta. La búsqueda no crece en tensión y el film avanza con más vocación turística que agitación dramática. De hecho, tras compartir algunas cavilaciones con el confidente en cuestión en una esplendorosa Estambul, la angustia de Clara se convierte en preocupación por comprar perfumes y recuerdos de su viaje.