Karnawal

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

"Karnawal": drama familiar con dosis de contenido social

El film intenta entrelazar varios mundos cinematográficos y lo logra en cierta medida, sin mucha sordidez ni sacarina.

Los festejos del carnaval norteño podrán ser el trasfondo de la historia de Cabra, pero lo que realmente le interesa al personaje pertenece por origen a regiones mucho más llanas: el malambo. La ópera prima del bonaerense Juan Pablo Félix no es, como afirma un extracto crítico propuesto por la gacetilla de prensa, “un Billy Elliot gaucho y estepario”, aunque el guion no les hace asco a los tradicionales esquemas de suspenso del tipo “¿llegará o no llegará el protagonista a tiempo al concurso de baile?”. Pero eso ocurre cerca del final de Karnawal y es un detalle secundario. Antes, Cabra (el actor debutante y bailarín de malambo profesional Martín López Lacci) cruza la frontera entre Villazón y La Quiaca portando un pequeño paquete que debe transportar ilegalmente. Sólo después de llegar a destino cae el adolescente en la cuenta de su contenido: un arma de fuego ilegal. Félix dispone de entrada las coordenadas de su película, un drama familiar con dosis de contenido social y un colorido atractivo, cortesía de las secuencias documentales en las cuales los trajes carnavalescos brillan con todos sus oropeles.

La relación de Cabra con su madre no atraviesa el mejor momento. Peor aún es la que mantiene con su nuevo novio, un gendarme que, a partir de una mirada dura y palabras ídem, parece dispuesto a enderezar al muchacho, que podría estar a un paso de descarrilar su vida. Mónica Lairana y Diego Cremonesi aportan profesionalismo en un reparto de rostros reconocibles, completado con la presencia del chileno Alfredo Castro como el padre de Cabra. Un hombre a quien todos llaman El Corto, un reo de pelo largo que anda disfrutando de sus primeras salidas provisorias antes de obtener la libertad. El inesperado pedido de El Corto de que un viejo auto que parecía abandonado le sea devuelto (primer toque de diseño del guion) posibilita el reencuentro de esa familia separada años atrás, fuente de conflictos nuevos y redivivos; también de la resurrección de anhelos que estuvieron en punto muerto durante mucho tiempo.

Filmada en gran medida en la provincia de Jujuy, con paradas en paisajes de Tilcara, Humahuaca, San Salvador y otros parajes turísticos (y no tanto), Karnawal avanza firme y decidida en su descripción de personajes y pequeñas conflagraciones vinculares, con pequeños desvíos en los ensayos de una coreografía que ofrecen la oportunidad para el lucimiento del actor-bailarín. Castro, en tanto, suma un nuevo personaje a su galería de roles pintorescos y/o extremos (tal vez se trate del actor latinoamericano más versátil de los últimos tiempos), aunque los intentos de acercamiento de El Corto a su hijo tienen como resultado indefectible el rechazo, corolario de años de separación y abandono. Félix sabe alternar los planos más generales con los detalles de acción y reacción de los actores, apoyado en la notable dirección de fotografía de Ramiro Civita, que hace uso de los paisajes agrestes y urbanos sin caer en el abuso pictórico.

Es en el tercer acto, signado por el retorno en la trama de aquel revolver mal habido, cuando la historia comienza a correr el riesgo del despiste. Una persecución nocturna algo forzada –por lógica interna y, sobre todo, enfrentada a la férrea construcción de uno de los personajes– ofrece un nuevo frente de tormenta entre los miembros del cuarteto central, al tiempo que la película coquetea con el policial sin policías. Karnawal intenta así reunir y entrelazar varios mundos cinematográficos, y lo logra en cierta medida, evitando al mismo tiempo tanto el exceso de sordidez como el de sacarina.