Tras pasar con buena repercusión por varios festivales importantes como los los de Venecia, Viena y Mar del Plata, el director de Süden y Papirosen estrena su nueva película en el MALBA.
Kékszakállú (Barba Azul en húngaro) remite a El castillo de Barba Azul, única ópera concebida por Béla Bartók en 1911 (que a su vez estaba libremente inspirada en el cuento de hadas de Charles Perrault). No es que Gastón Solnicki haya decidido hacer una representación exacta de la obra sino que la utilizó como punto de partida, o más bien como inspiración para una película que apuesta a un doble juego de acumulación y dispersión, un collage de imágenes, un rompecabezas cuyas piezas se van completando de a poco y cuyo resultado final es fascinante aunque no siempre comprensible en términos de una narración clásica. Kékszakállú es un torrente, un viaje que se disfruta como tal aun con su destino muchas veces incierto (aunque tiene un cierre por demás sugerente y notable desde lo puramente cinematográfico).
La película arranca con una descripción de ese estado de disfrute-aburrimiento, del tiempo casi suspendido y el fluir sin que nada realmente importante ocurra que sólo es posible durante las vacaciones veraniegas burguesas en un ámbito como el de Punta del Este. Niños que se tiran de un trampolín, adolescentes que preparan sus tablas de surf, mujeres que toman sol, masajes, lecturas, gimnasia, siestas, celulares, mar, parejas que se besan, madres que se ocupan de sus hijos y así...
La estructura del film es coral, aunque con el correr del relato (72 minutos) Solnicki va priorizando a los personajes femeninos y puntualmente a actrices como Laila Maltz, Katia Szechtman o Denise Groesman. Las locaciones urbanas son por demás diversas: desde la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo hasta el Teatro Colón (hay, por supuesto, preparativos para una puesta), desde cerrajerías hasta fábricas de telgopor o salchichas, y también espacios más íntimos como cuando cuatro amigas cocinan y disfrutan de un pulpo o una casa que es el eje de una tirante relación padre-hija.
Las contradicciones generacionales, la dinámica femenina y el salto de la bucólica vida de balneario a la alienación en la gran urbe (con sus situaciones de comedia absurda y asordinada) son algunos de los temas que sobrevuelan el film, trabajado con suma elegancia y recato por una cámara jamás intrusiva (hay muchos planos fijos y tomados a considerable distancia) que estuvo a cargo de dos DF de primer nivel: Fernando Lockett y Diego Poleri. Aliados de lujo para un director que encuentra historias donde menos se las espera, que busca elementos (por momentos simples detalles) que en primera instancia parecen insignificantes o intrascendentes y terminan adquiriendo dimensiones insospechadas. Allí residen los principales hallazgos, las facetas distintivas del cine de Gastón Solnicki.