Kékszakállú

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Basada muy libremente en “El Castillo de Barba Azul”, de Béla Bartók, Solnicki se centra en su tercera película en las vidas de un grupo de jóvenes y adolescentes que pasan sus veranos en José Ignacio o algún similar paraje en las afueras de Punta del Este. Si bien en su primera parte el retrato parece ser en torno a varias de estas chicas, de a poco la película va enfocándose en una de ellas. Para todos, de cualquier manera, el conflicto parece ser similar: su hastío, ennui y malestar con sus vidas cotidianas y sus familias en una temática que bien podría considerarse una versión teenager de las películas de Michelangelo Antonioni, cuyas específicas composiciones formales por momentos Solnicki parece homenajear.

Las chicas intentan escapar de esos ambientes de distintas maneras: mudándose solas, trabajando en lo que parecen ser las fábricas de sus padres, dedicándose a los estudios. Es ese “tirarse a la pileta” con el que el filme abre que es puesto finalmente en práctica. Pero nada parece satisfacerlas del todo. ¿Acaso huir de esos metafóricos castillos sea la solución? Con un notable cuidado formal (la fotografía la hicieron Diego Poleri y Fernando Lockett), Solnicki va exponiendo distintas situaciones en las vidas de estas chicas en crisis, por momentos con la música de la propia opera acompañando sus tentativos pero confusos pasos hacia esa supuesta libertad.

La película claramente se conecta en temática con PAPIROSEN, en la que también se podía sentir la inquietud del cineasta en medio de ese universo de comodidad económica pero vacío existencial. Y acaso el deseo de escaparse de ese mundo que las chicas desean hacer sea uno similar al que él mismo puedo haber atravesado. Si bien algunos podrían llegar a descalificar la película usando la ya vieja acusacion de narrar “la tristeza de los chicos ricos”, Solnicki prefiere no engañar ni engañarse poniéndose a filmar historias o personajes que no tienen que ver con universos que seguramente conoce mejor. Lo que hace es poner la cámara en un mundo cuyos privilegios no ocultan zonas oscuras y donde la arquitectura más elegante y moderna, más que algún tipo de placer o emoción estética, puede representar un peligro verdadero.