Digna secuela
Aun sin el vuelo de la primera, vale la pena.
Tres años después de esa gran comedia de acción sobre unos niños superhéroes sin poderes que fue Kick-Ass, basada en el comic de Mark Millar y John Romita, Jr., llega esta secuela que sufre porque sus protagonistas han crecido y perdido encanto y porque privilegia la comedia adolescente por sobre la película de superhéroes y no termina de estar a la altura de la propuesta. Aun así, Kick-Ass 2 va de menor a mayor y deja un regusto agradable. La breve escena posterior a los títulos hace esperar con ansias la tercera parte, que según sus creadores será la última.
Kick-Ass 2 empieza con una referencia clara a su predecesora: Hit-Girl está en un terreno baldío a punto de dispararle a Kick-Ass para probar el chaleco antibalas. Así se presenta la inversión de roles de Hit-Girl: de aprendiz de su padre Big Daddy en la película anterior a entrenadora de Kick-Ass en esta. Pero después de un prólogo típico de entrenamiento y lucha, la película entra en un pozo.
Hit-Girl vive con su padre adoptivo, el detective Marcus Williams, que quiere que ella haga una vida normal y no vuelva a disfrazarse de superheroína. A Kick-Ass le pasa lo mismo con su padre, aunque sale a escondidas y se une a un pintoresco grupo de aspirantes a superhéroes liderado por el coronel Stars and Stripes. También está el villano: Chris D’Amico, que quiere vengarse de Kick-Ass por haber matado a su padre.
Con ese planteo, las virtudes de la primera tardan en aparecer. Toda la subtrama de estudiantina no hace otra cosa que demorar un desenlace evidente.
Pero aun sin la sorpresa de la original, Kick-Ass 2 es una digna secuela con momentos inolvidables: un Christopher Mintz-Plasse desatado, un Jim Carrey distinto y una genial pelea entre Hit-Girl y Mother Russia que confirma que lo mejor de la serie es Chloë Grace Moretz.