El peso de las aspiraciones
Si la primera película de la saga no podía construir un anclaje temático coherente a lo largo de todo el relato, tres años después la secuela exhibe algo similar. Y en su ambición de abarcar demasiado, termina apretando poco.
En ocasión del estreno de Kick-Ass, Horacio Bernades se preguntaba en estas mismas páginas qué era lo que la película quería contar y cómo, para diagnosticarle después una suerte de neurosis narrativa que le impedía construir un anclaje temático coherente a lo largo de todo el relato. Poco más de tres años después, la secuela obliga a problematizar los mismos aspectos para obtener una respuesta similar. Lo que permite suponer que el sello identitario de una marca con destino de franquicia es justamente ése, la ausencia de un estilo propio y definible. Basado en una nueva entrega del comic de los británicos Mark Millar y John Romita Jr. y estrenado aquí por la distribuidora de la cadena Village (más información en el Suple NO de hoy), el film de Jeff Wadlow es, entre otras cosas, un coming of age acerca de una adolescente conflictuada, una high school comedy centrada en el inédito enfrentamiento entre perdedores y populares, y una sátira acerca del mundillo de los superhéroes con una ultraviolencia pop coreografiada marca Tarantino. Todo esto entreverado en una historia de ínfulas políticas y metafóricas protagonizada por hombres y mujeres comunes y corrientes amigos de la aplicación social y generalizada de la Ley del Talión.
La película comienza un tiempo después del desenlace de la primera, con la pequeña Mindy/Hit-Girl (Chloë Moretz) a cargo de un compañero de su padre muerto. De aquel policía marginado de la fuerza y decidido a formar una liga de justicieros anónimos después de que asesinaran a su esposa, interpretado por un Nicolas Cage en estado de gracia, queda apenas una foto con cara de empleado del mes de McDonald’s en el cuarto de entrenamiento de la nena. Cuarto al que llega un Dave dispuesto a volver a convertirse en el personaje del título. Por esas casualidades de guión, esto coincide con el regreso a los primeros planos de Chris D’Amico (Christopher Mintz-Plasse), ex Red Mist ahora rebautizado The Motherfucker, para vengar la muerte de su padre. ¿A quién culpa? A Kick-Ass, of course. A partir de la irrupción mediática de su némesis, este último se integrará a un grupete de freaks encabezados por Colonel Stars and Stripes (Jim Carrey, que desde la reciente El increíble Burt Wonderstone entendió que la gestualidad debe estar en función de la composición y no al revés) y dispuestos a repartir piñas y patadas a quienes crean que lo merezcan. Mientras tanto, la nena está autoexiliada en su rutina y buscando su primer beso. ¿Suena a demasiado? Lo es. Porque Kick-Ass 2 es, además de neurótica, autopresumidammente compleja, canchera y orgullosa del carácter de culto de su predecesora. Demasiado como para no caer por el propio peso de sus aspiraciones.