Como cuando nos enamoramos, lo que se siente al ver Kick-Ass 2 (2013) es intraducible en palabras. Basada en el cómic de Mark Millar, la saga de los superhéroes frikis, dirigida en esta ocasión por Jeff Wadlow (Cry Wolf, 2005), se impone como un batazo en la sien y enciende las butacas de la sala. Pocas películas tienen el don de modificar puntos de vista y activar la pasión por el séptimo arte.
En esta segunda parte, este superhéroe sin poderes que conocimos en la primera película, Kick-Ass (Aaron Taylor-Johnson), se incorpora a las filas de un grupo de superhéroes amateurs llamado Justice Forever, comandados por Colonel Stars and Stripes (Jim Carrey). Lo que Kick-Ass no sabe es que un viejo enemigo lo busca para vengar la muerte de su padre. El líder de la pandilla malvada es Chris D'Amico (Christopher Mintz-Plasse), quien se rebautiza como The Motherfucker (en la primera parte era Red Mist). Mientras la joven Hit-Girl (Chloë Moretz) lucha para mandar al closet su naturaleza. Pero no puede: el legado de su padre (Big Daddy en la primera parte) es más fuerte. Al igual que Superman, ella se disfraza de persona normal para ser aceptada entre sus compañeras de colegio, aunque su verdadero rostro es un antifaz y su vestimenta un traje ultravioleta.
The Motherfucker tiene su mente ocupada en aniquilar a Kick-Ass. Empieza a convocar vía Twitter a "guerreros" que se sumen a la cruzada sanguinaria. El supervillano, de complexión destartalada y hábil para poner seudónimos con tendencia racista, se entrenará duro para enfrentar al héroe de traje verde. Lo que sigue es una oda a la insania.
El director despliega varios recursos formales y lo hace muy bien: introduce elementos propios del cómic (bocadillos rectangulares), narra con voz en off, con los diálogos de los personajes y, sobre todo, narra con la cámara. Las escenas de acción tienen un claro sentido del movimiento, que hacen comprensible hasta la difícil pelea de Hit-Girl en el techo de una trafic en marcha.
A Kick-Ass 2 no le falta ni le sobra nada, cada plano está porque es una parte necesaria del todo. Plagada de "one-line-jokes" (chistes de una línea), el filme entiende las máscaras, los géneros, el juego, la diversión y el humor. Tampoco faltan las sorpresas ni los chistes escatológicos, y la banda de sonido a cargo de Henry Jackman y Matthew Margeson es conmovedora. Un consejo: quedarse hasta el final de los créditos finales.
En cuanto a la polémica que generó la película por su violencia e incorrección política, hay que decir que es correcta e incorrecta: correcta cuando se pone en contra de delitos y crímenes como la trata de personas y la pedofilia. Incorrecta cuando reivindica como manera de combatirlos la justicia por mano propia. Sin embargo, su verdadera posición es que quizás no se pueda cambiar el mundo pero lo que sí se puede es seguir el camino del amor.