"¿Who watches the Watchmen?"
(Alan Moore, Watchmen, 1986)
La primera vez que vi Kick-Ass tuve un problema que finalmente superé en posteriores visionados hasta identificarla como una película realmente buena. Me costaba lidiar con la fórmula de humor y violencia salvaje, capaz de pasar de un acto risible de torpeza y genuina locura del protagonista hacia una secuencia en la que un hombre es quemado vivo delante de los ojos de su hija. Kick-Ass es irónica y por eso la mezcla de géneros funciona, algo que no detecté en un principio. Transcurre en un mundo real, donde los superhéroes pueden no existir pero sí lo hacen los sujetos heroicos, y cuando las cosas se ponen peligrosas y la muerte es una opción real, la sangre brota de verdad y no hay miedo de ensuciarse las manos. Matthew Vaughn, que ya había hecho las cosas bien con Layer Cake (2004), logró con ella un acierto real, una película autoconsciente que traía aires de renovación en un género –el de los superhéroes- que había empezado a abrirse su camino propio, y se convirtió junto a Mark Millar, el creador del cómic, en una suerte de voz autorizada en lo que a transposiciones se refiere. Y entonces es lógico que se estrene una secuela.
Kick-Ass 2 es una buena continuación, una progresión que sigue un lineamiento provisto años antes por Alan Moore, el autor de Watchmen. El alza de hombres ordinarios como héroes enmascarados en los años '40, la era de los Minutemen, está caracterizada como el tiempo de sensación de Youtube del solitario Kick-Ass –un Rorschach moderno y aceptado socialmente, por ser menos maniqueo, psicópata y violento-, lo que conduce al surgimiento de una serie de figuras de diversa estofa con motivaciones particulares, que acaban por ser prohibidos por las autoridades y perseguidos por las fuerzas de seguridad estatales. La historia fue demarcada a mediados de los '80 en la mencionada novela gráfica del autor inglés, con un argumento revulsivo que miraba la figura del superhéroe a través del cristal de la opinión pública y los temores de la sociedad. La secuela de Kick-Ass anticipa algo así, lo hace asomar, pero descarta mucho de lo obtenido por un tratamiento burdo que hace a un lado lo irónico en pos de un humor más berreta.
En su adaptación, Jeff Wadlow hace a un lado el trazo fino del sarcasmo y opta por una comedia básica que juega mucho en el terreno de lo escatológico. Aquí sí se produce entonces la dificultad para conciliar un género con otro, porque la violencia es igual o más seria que la de la primera parte. No hay personaje que no pueda ser eliminado de la forma más cruenta posible, la muerte es capaz de tocar el timbre de cualquiera. Y ante semejantes tragedias que atraviesan los protagonistas, el chiste propio de películas universitarias directas a DVD no cuaja.
Kick-Ass 2 compensa su dificultad en el terreno del humor con importantes dosis de acción, algo de drama y con la presentación de notables individuos nuevos, renovando plantilla tanto en el lado de los buenos muchachos como en el de los villanos. Juega con una relación paternalista entre Javier (John Leguizamo) y el Chris D'Amico de Christopher Mintz-Plasse que progresa por lógica hacia El Hijo de Puta, a la vez que refleja por otro lado el empuje de Dave por querer ponerse la máscara otra vez por oposición a su papá y las restricciones de Mindy de volver al ruedo por respeto a su tutor. Los padres siempre fueron una parte importante en la primera y el lidiar con la pérdida de los mismos es una clave de esta segunda, sobre todo cuando Kick-Ass se siente más cerca del genial Coronel Barras y Estrellas –Jim Carrey es de lo mejor que tiene para ofrecer la película, es una lástima que se haya arrepentido de hacerla- que del hombre que lo crió.
Si bien defrauda por no poder recapturar del todo un espíritu original, Kick-Ass 2 es una más que digna segunda parte. Wadlow puede ser responsable de ciertas decisiones o criterios que perjudican el resultado final, pero en definitiva logra ofrecer una continuación coherente. El camino del héroe como arco central es el núcleo duro de esta secuela y también lo es de la primera. Fácilmente se pudo haber tocado un techo creativo en torno a los personajes, con una mera extensión de lo alcanzado anteriormente y con un simple reemplazo de Big Daddy por otro adulto sediento de justicia. El desarrollo de cada uno de los participantes es uno de los principales puntos a favor, por el contrario, profundizando líneas argumentales planteadas en la original, como la búsqueda de una vida normal y el interés por hacer una marca, positiva o negativa, en el mundo. Kick-Ass debe lidiar, como ocurre con otra franquicia autoparódica y celebratoria como es The Expendables, con la dificultad de encontrar el tono justo entre la comedia y la acción, algo que podría perfeccionar con una tercera parte. Y ojalá que el cierre de trilogía vuelva a contar con Hit-Girl, uno de los mejores personajes que el género entregó en mucho tiempo.