“Mi único superpoder es ser invisible a las chicas”
¿Qué es lo que Kick-Ass quiere contar, y cómo? La propia película parecería no saberlo bien y es una lástima, porque se nota que hay talento en ella. La idea básica suena forzada: un día, un chico como cualquier otro decide convertirse en superhéroe, por más que no tenga poderes. Se compra un traje por Internet y sale a la calle, a desfacer entuertos. Pero lo que le faltan son motivaciones: no es un freak, no es un idiota, no piró. Ponerse el traje y la máscara no produce en él un cambio de identidad que vaya más allá de una pizca de autoafirmación. Mientras tanto, a su alrededor el guión hace proliferar subtramas, llamadas a disimular las carencias de la historia central. Es como salir a la cancha sin marcadores de punta y puros defensores centrales. Eh... o algo así...
“Mi único superpoder es ser invisible a las chicas”, dice Dave Lisewski (el eficaz Aaron Johnson), chico judío de una ciudad cualquiera, que tampoco es particularmente feo, tonto o digno de rechazo. Debió haberlo sido: en ese caso hubiera tenido un buen motivo para reinventarse por completo. Es lo que le sucede, sin ir más lejos, al personaje de Nicolas Cage, que sí piró por completo. Cage es el típico ex policía que perdió la chapita el día que liquidaron a su esposa y lo echaron de la fuerza por la fuerza. Como Batman con sus papás –pero en versión más siniestra, incluso–, a partir de ese momento el tipo convirtió su casa en un arsenal gigante y se preparó –a él y a su hija de 10 u 11 años– para ser las más brutales máquinas enmascaradas de matar. Con unos antifaces y unos trajes de spandex, y los nombres de fantasía de Big Daddy y Hit Girl, desencadenan unas orgías de sangre y muerte que hay que verlas. El tema es que cortan cuellos y atraviesan gente sin dejar de ser un papá y una nena de lo más “normales”. Si Kick-Ass se hubiera llamado Big Daddy & Hit Girl, hubiera sido una película mucho más revulsiva, por dar en el blanco justo del fascismo cotidiano.
Pero se llama Kick-Ass, y uno de los problemas que tiene es que al final el héroe sí patea –con la inestimable ayuda de Hit Girl– todos los culos que al principio no podía. Con lo cual la película –dirigida por el británico Matthew Vaughn, a partir de un comic de sus compatriotas Mark Millar y John Romita– deja de ser una paráfrasis del superhéroe para devenir una de superhéroes comunes y corrientes, en la que Dave termina volando y todo. ¿Hay un supervillano para este superhéroe? Sí, Red Mist (Christopher Mintz-Plasse, el chico de anteojos y voz con mocos de Supercool), que es hijo de un terrible mafioso (el británico Mark Snow, malo favorito del Hollywood contemporáneo). En tren de imitar a su ídolo Kick-Ass, Red Mist se convierte en su doble millonario y torcido. Pero tampoco tanto: también en ese punto Kick-Ass se queda a mitad de camino. En lo que la película pone toda la carne al asador es en las maratónicas escenas de batallas campales, hiperviolentas, hipercoreografiadas e hipereditadas, como salidas de Kill Bill. Big Daddy & Hit Girl, dirigida por Tarantino: hete ahí una película que tendría menos problemas de identidad que ésta.