Hubo un tiempo donde esta clase de películas era habitual: una aventura con chicos y para chicos, desde un punto de vista eminentemente infantil, que apelaba al realismo en la imagen y a la emoción en el relato. Parecía que se hacían con facilidad pero, ya ven, su escasez y casi excepcionalidad demuestran lo contrario. Aquí hay un cachorrito de león escapado de unos traficantes y hallado por una nena de doce años que decide llevarlo de regreso a África con la ayda de su hermano y de su abuelo, mientras medio mundo los persigue. Hay momentos en el que el animalito es digital y momentos en los que es real, pero lo más importante del asunto es que en ningún momento la ingenuidad aparece sobreactuada. La rareza consiste en que no es una película hecha por alguien que cree conocer a los chicos (aquí en realidad preadolescentes) sino realmente narrada desde ellos. Hay, en la relación con el excéntrico abuelo, una comunidad de intereses y formas: son parias en una sociedad en la que se han vuelto, como el león robado, invisibles. Pero esta metáfora, seamos claros, no se subraya tampoco de ningún modo en nigún momento: lo que la pantalla ofrece es una aventura, movimiento y emociones. Nos ofrece cine, nada menos.