Tras la muy buena Kingsman: El servicio secreto (2014) y la aceptable Kingsman: El círculo dorado (2017), uno podía sostener cierta esperanza respecto de la suerte de esta precuela, sobre todo porque el coguionista y director era el mismo: Matthew Vaughn. Pero todo lo que podía salir mal terminó siendo peor de lo imaginado. Estamos frente a una película que ha perdido toda la gracia, buena parte de la espectacularidad (hay de todas formas un par de set-pieces con algo de creatividad y delirio), la capacidad de provocación, el desenfado y el desenfreno de sus predecesoras para convertirse en un film chato, cansino, anodino, que parece conducido con piloto automático por el creador de Kick-Ass: Un superhéroe sin super poderes.
En este (viendo los resultados artísticos) innecesario viaje al pasado nos remontamos hasta principios del siglo XX, cuando el duque de Oxford interpretado por Ralph Fiennes sufre la muerte de su esposa frente a los ojos de su pequeño hijo en medio de la guerra Bóer en la Sudáfrica de 1902.
Luego de ese prólogo, saltamos hasta los tiempos del asesinato del archiduque Franz Ferdinand en 1914 y el inicio de la Primera Guerra Mundial hasta llegar a la Revolución Rusa en 1917. Pero el antagonista principal de este despropósito de comedia de acción será el todopoderoso y despótico Grigori Rasputin, encarnado a pura exagaración por Rhys Ifans.
Fiennes, con su contención y su impoluta estirpe británica para lidiar con los avatares de la situación bélica y al mismo tiempo con las desventuras de su ahora ya adulto hijo Conrad (Harris Dickinson), es lo mejor de un elenco que incluye a sus laderos Shola (Djimon Hounsou) y Polly (Gemma Arterton). También están Aaron Taylor-Johnson y Tom Hollander en un triple papel, pero buena parte de los notables intérpretes de las entregas anteriores, como Colin Firth, Taron Egerton, Julianne Moore, Mark Strong, Samuel. L Jackson, Michael Caine, Halle Berry y Channing Tatum, ya no están y esa ausencia -sobre todo con un guion tan básico en su planteo y torpe en su resolución como el de esta tercera entrega- se nota demasiado. Un paso en falso para un director que venía en buena racha como Matthew Vaughn, obligado por la maquinaria de la industria a extender como sea una franquicia exitosa.