Tras el éxito de Kiss Ass (2010), el guionista, productor y realizador Matthew Vaughn buscó repetir la fórmula y adaptar otro cómic del reconocido guionista escocés Mark Millar. Así, su serie de historietas The Kingsman, que vuelca el habitual tratamiento irreverente del autor sobre superespías à la James Bond, dio pie a dos películas, El servicio secreto (2014) y El círculo dorado (2017). Aunque éstas se concentran en agentes encubiertos dedicados al espionaje internacional, dado su origen, tienen el estilo excesivo y maximalista de los relatos de superhéroes. También están recargadas de una ironía un poco forzada, como si todo estuviera hecho con una sonrisa superada y cómplice con la audiencia.
Así como la monumental This is Spinal Tap! hace imposible que nos volvamos a tomar en serio la debacle y los excesos de una banda exhibidos en un documental de rock, en estos film la sobrecarga jocosa de “britaneidad” y su juego hiperbólico con los tropos del género por momentos los acercan, involuntariamente, a la parodia de Austin Powers, algo que desactiva toda pretensión de intensidad.
La buena recepción de estos dos film llevó, inevitablemente, a la tercera parte que se estrena esta semana. Con un nuevo guionista (Karl Gajdusek de Oblivion, además de Vaughn) esta nueva entrada toma un camino distinto que las anteriores: es una historia de “origen”, que lleva la acción a las primeras décadas del siglo XX y explica cómo una sastrería de Saville Row llegó a ser el epicentro del espionaje británico. También limita las secuencias maníacas y no siempre demasiado motivadas de las anteriores: The King’s Man es, a la vez, una especie de drama familiar y una historia de trincheras de la Primera Guerra que, recién en el tercer acto, se reencuentra con las demenciales escenas de acción que eran la promesa implícita de la saga.
La película presenta un elenco de figuras históricas como el archiduque Franz Ferdinand (Ron Cook), Gavrilo Princip (Joel Basman), Mata Hari (Valerie Pachner), el zar Nicolás II (Tom Hollander) y, sobre todo, Rasputín (Rhys Ifans), el villano que enfrentan los héroes Orlando Oxford (Ralph Finnes), Polly (Gemma Arterton) y Shola (Djimon Hounsou). Como queda claro por los nombres reconocibles, la trama involucra una versión alternativa de los acontecimientos que llevaron a la Gran Guerra, manipulados por una mente maestra que maneja los hilos desde las sombras. En su revisionismo, aparece una obligada pátina de corrección política cuando se hace explícito un mensaje antiimperialista (en un innecesario flashback, Oxford explica la injusticia de la dominación británica en los territorios de ultramar) aunque, a la vez, la historia implica una cerrada defensa de la corona británica.
El problema de la película, sin embargo, no es esta coctelera ideológica sino la decisión de reemplazar el exceso y la farsa de las primeras por una seriedad tediosa que solo se espabila en un buen combate cuerpo a cuerpo musicalizado con la obertura 1812 y en el clímax del film. King’s Man: el origen es una película de acción que quiere ser alguna otra cosa, pero no logra ser completamente eficaz en ninguna.