Manners maketh a sequel
Allá por 2014, Kingsman El Servicio Secreto (Kingsman: The Secret Service) llegó como una brisa de aire fresco para el subgénero de espías ultratecnológicos del siglo XXI; la desfachatez impresa en cada fotograma por obra y gracia de Matthew Vaughn –Kick-Ass (2010)- sacudió el polvo y transformó la película sobre un joven de los suburbios londinenses devenido en agente secreto poco ortodoxo en una combinación interesante de acción y sátira autoparódica. Como todo éxito inesperado, una segunda parte era inevitable, y es así como nos llega Kingsman: El Círculo Dorado (Kingsman: The Golden Circle, 2017).
Cumpliendo con un ítem fundamental del manual del buen proceder de las secuelas, el universo ficcional se expande cuando los Kingsman -estos agentes secretos británicos que velan por la seguridad global- son atacados por una organización criminal que prácticamente los aniquila, razón que lleva a Eggsy (Taron Egerton) y los agentes sobrevivientes en busca de ayuda del otro lado del océano por parte de los Statesmen, sus pares norteamericanos, quienes también luchan en las sombras contra los malvados.
Hasta ahí la secuela cumple con las obligaciones de rigor: nuevo desafío, nuevos aliados, nuevos villanos. Pero el problema reside en la historia, con un conflicto central que parece ir mejor en un serial televisivo antes que en una secuela cinematográfica. Julianne Moore interpreta a Poppy, la jefa de una organización narco que opera desde una base ubicada en una isla remota en Camboya -si, Camboya- y planea liquidar a gran parte de la población con sus drogas de laboratorio. Moore se luce como tantas veces en pantalla, pero su personaje parece una suerte de “villano de la semana”. Múltiples subtramas debilitan la estructura narrativa antes que alimentarla, demorando más de lo necesario la resolución del conflicto central. Colin Firth, Mark Strong, Pedro Pascal, Channing Tatum, Halle Berry y Jeff Bridges completan el reparto de actores clase A.
La pata visual sigue siendo la principal fortaleza del cine de Vaughn, regalándonos secuencias de acción que cautivan por su dinamismo y frescura, con el atractivo de jugar siempre al límite de su propio verosímil. Al igual que en la entrega anterior, es interesante la lectura entre líneas de ciertos puntos de la trama que intentan dar un mensaje sobre los males de la sociedad moderna: primero fue la crítica a la adicción a la tecnología, y ahora el hincapié sobre la profundización del abuso de todos tipo de drogas en distintos estratos sociales. Tal vez el acento sobre el tema sea minúsculo ante tanto estímulo, pero se valora de todos modos.
El elemento autoparódico y la autoconsciencia respecto del devenir propio del subgénero de espías prácticamente brilla por su ausencia en esta secuela, uno de los puntos más destacados de su antecesora. Y cierto giro argumental sobre uno de los personajes centrales parece sacado de la novela brasilera de la tarde, pero el empleo cómico de la estrella musical invitada por suerte mitiga el fuego de nuestras mayores exigencias.
Con impactantes momentos de acción y tramas secundarias que desearíamos poder adelantar hasta la próxima escena de tiros, Kingsman: El Círculo Dorado reparte de manera bastante equitativa pifies y aciertos en los excesivos 141 minutos que dura. Será cuestión de esperar qué nos depara su próxima misión…