Los agentes más cancheros del mundo
El gran problema de Kingsman: El Círculo Dorado es que quiere ser la película más cool del mundo. En cada plano se busca ese cancherismo vacuo para adolescentes que solemos ver en otras producciones de súper acción con las que comparte target de audiencia pero acá incluso más exacerbado. En esta comedia, secuela de Kingsman: Servicio Secreto (2014), predomina la edición anfetamínica y la estética videoclipera. Los preceptos con los que se mueve Matthew Vaughn oscilan entre la dinámica del nuevo cine de acción de súper héroes y las referencias a varias películas de James Bond (sobre todo a Goldfinger pero también a otras de la era Roger Moore). Además de ser la más pilla de todas, Kingsman pretende ser políticamente incorrecta pero termina siendo tan conservadora como la vestimenta de sus héroes. Se mostrarán a los amigos del protagonista consumiendo ridícula ilegalidad para luego aclarar que ellos “no necesitan eso”. Porque uno de los temas de esta nueva Kingsman son las drogas; tanto legales -un espacio central dado al scotch y al bourbon- como ilegales.
La villana de turno, Poppy, interpretada por la eterna MILF Julianne Moore, maneja toda la falopa del mundo y vive aislada en medio de una jungla, en un pueblo de fantasía ambientado con todos los clichés de los años 50 donde tiene secuestrado a Sir Elton John. Sin embargo, no le alcanza con ser una cártel queen sino que quiere ser una diva del jet set. Para salir de la clandestinidad contamina sus propias drogas y extorsiona al jefe del mundo (un presidente de Estados Unidos que emula en amoralidad a Trump), no sin antes tratar de aniquilar a los agentes de Kingsman, quienes se verán obligados a unirse a una agencia análoga al otro lado del océano, los Statesman.
La ridiculez de la premisa es, en parte, bienvenida –aunque no está ni cerca de la potencia de la primera- y el espíritu de “ya fue todo” no puede no ser simpático; sin embargo, es sólo en las secuencias aisladas donde reside lo mejor de esta segunda parte de Kingsman. La destreza técnica, con y sin CGI, con la acción inverosímil y la música estallando, brindan los únicos momentos de verdadera diversión, en una película que por varios momentos se percibe sin alma y sin cohesión. Entre esas secuencias aisladas se destaca la escena inicial de una persecución motorizada al ritmo de Let’s Go Crazy de Prince que sienta las bases para la acción venidera. Cerca del final habrá otro buen momento con el temazo Satrurday night’s alright del mencionado Elton, y el climax tendrá también su propio videoclip. De todos modos, estos clips insertados entre miles de escenas con actores desperdiciados (entre ellos Jeff Bridges) no consiguen que los 140 minutos se nos pasen sin pensar en, como mínimo, haber tomado un ibuprofeno.