Una de espías alterados
Sin el impacto de la primera de la saga, la película garantiza acción, humor inteligente y un buen guión.
No corremos peligro de caer en una hipérbole si decimos que Matthew Vaughn es uno de los directores de la actualidad que mejor entiende cómo filmar una película pochoclera que reúna a la vez cuatro elementos de difícil coincidencia: asombrosas escenas de acción, humor elegante, entretenimiento y un guión inteligente. Kick-Ass, X-Men: Primera generación y Kingsman: El servicio secreto (en las que, además, participó como guionista junto a su socia creativa, Jane Goldman) son los mejores ejemplos de su talento. Y ahora, por primera vez, Vaughn dirige una secuela.
El resultado se resume en una frase suya: “Es muy difícil ser original dos veces”. Esto no significa que El círculo dorado no tenga, en parte, las cuatro virtudes mencionadas, pero padece el infame Mal de las Secuelas: pierde en la inevitable comparación con su antecesora. El atenuante es que la vara estaba muy alta.
Sigue Vaughn: “La gente quiere lo que amó de la primera película, pero si hay demasiado de lo mismo, dice esto es muy repetitivo y aburrido. Y si hacés algo completamente diferente, dice esto no es una secuela”. En busca de evitar esos riesgos y hacer algo nuevo pero con la misma esencia, el director dinamita parte de lo que había construido y traslada la acción a los Estados Unidos, donde los Kingsman se encuentran con sus primos yanquis, los Statesman. Y también reproduce algunas situaciones de la primera pero con una vuelta de tuerca que las transforma, como si las viéramos en un espejo deformante.
Ninguno de los dos recursos funciona del todo. Y, además, la historia da algunos giros forzados que obligan a la inclusión de diálogos explicativos, con la consecuente pérdida de ritmo. Igual, la imaginación y el humor de Vaughn se lucen en varios aspectos, como en el reducto selvático-pop donde se oculta la villana, Poppy (una lograda Julianne Moore, aunque sin la gracia ni el protagonismo de Samuel L. Jackson en la primera). O la caracterización del presidente estadounidense, con sátira a la guerra contra el narcotráfico incluida.