Toda aquella grata sorpresa que había sido la irrupción en la cartelera vernácula, y en el resto del orbe, del filme “Kingsman: Servicio secreto” (2014), arcas llenándose mediante, se presenta una secuela. Muy interesante palabra. En uso del término en medicina hace referencia a las consecuencias de una enfermedad, o accidente también. pero de manera coloquial, al corolario o resultado, generalmente de carácter negativo, que sobreviene de un hecho determinado.
En relación al arte, literatura, teatro, cine, hace referencia a segundas partes, algunas por efecto de la primera, otras por derivación de la recaudación de la antecesora.
Una de las premisas en una “secuela” cinematográfica es que se repita lo mismo de la primera, y éste es el caso. Todo es igual, productores, director, guionistas, montajista, director de fotografía., músico, casi todos los intérpretes, y unos nuevos, sólo cambian los malos.
Entonces cuál es la razón de estar frente una tan fallida segunda parte, ¿podría buscarse en el guión? Posiblemente haya mucho peso en esta variable, sin embargo vale aclarar “Kingsman”, que podría leerse, traducción forzada mediante, como los hombres del rey, era un filme de espionaje en tono satírico, tomando como punto de partida a la saga de James Bond, y funcionaba de maravilla.
En este caso el original del cual parece querer burlarse es la saga de “Austin Powers”, que en sí misma intentaba ser una parodia de las producciones sobre personajes como James Bond, Flint, espías en general.
No eran tan fallidas como tontas otras, algunos gags bien resuelto y nada más, si se parte de la mediocridad absoluta el destino no puede llegar demasiado alto en calidad. Esto es lo que parece suceder con la segunda entrega de Kingsman.
Con el agregado de más actores yankees, Julianne Moore, Chaining Tatum, Jeff Briges (totalmente desperdiciado) y Halle Berry, entre varios más, canadienses Bruce Greenwood, bueno algún que otro inglés, de Emily Watson hasta Elton John, y además Pedro Pascal, chileno él, o “el chileno”.
El intento de historia se centra en la malvada Poppy (Julianne Moore), todo un “clon” de Pablo Escobar, que quiere dominar al mundo, para ello envenena su propia producción de droga con la intención de forzar a los poderosos del mundo a otorgarle, extorsión mediante, lo que desea, y simultáneamente comprarle el antídoto que, por supuesto, ella posee.
La casa central de los Kingsman en Londres es atacada y destruida por completo, muchos mueren, nuestros héroes Eggsy (Taron Egerton) y Merlin (Mark Strong), sobrevivientes ellos, deben recurrir a sus pares yankees establecidos en Kentucky (dentro de una destilería de whisky, lo cual es el mejor chiste de la película), enrolados en un grupo llamado “Statesmen” (hombre de estados o estadistas). ¡Uff! cuanta creatividad, la primera dicotomía presentada. Luego aparecerán los paraguas ingleses contra los látigos, los sombreros bombin, vs. sombreros tejano, por lo demás fuera de la imagen responden al mismo mandato o mandatario.
El presidente de lo EEUU (Bruce Greenwood), personaje con cargo pero sin nombre, intenta ser, desde la acción, una especie de burla a Donald Trump, lo cual tampoco es necesario, sino fuese por el poder que tiene y como lo ejerce, seria una caricatura. Lastima por nosotros los damnificados.
Los Kingsman y los Statesmen se unen para, de manera conjunta, derrotar a la malvada, casi una “Cruella De Vil”, pero el filme es para adolescentes, jóvenes y adultos, o al menos eso parecería ser el target al que apuntan, por lo que algo no estuvo demasiado bien pensado.
Una vez terminada la primera secuencia, una persecución a ritmo del cantante Prince, que parecía anticipar un buen retorno, todo va en declive, presentados los personajes, lo previsible se hace presente, trasformando la producción en algo monótono, repetitivo, anodino, sin gracias.
La idea de hacer reír marcando las diferencias de modales entre ingleses y yankees puede ser efectiva en la primera utilización, la segunda redunda, la tercera molesta. Bien, aquí es infinita la cantidad de repeticiones del mismo estilo de chistes.
Sumado a ello aparece lo vulgar, la promiscuidad, lo escatológico, como material sobre lo que se quiere hacer sostener un entretenimiento que, incluida la duración del mismo, no sólo aburre, también cansa.
En relación a los rubros técnicos nada que reprochar, saben filmar y las actuaciones son, o parecen, de compromiso, toda una selección de actores de ambos continentes, salvo las excepciones,
Todo termina siendo una sucesión de gags ni muy graciosos, y muy previsibles, mezclados con varias escenas de estética de video clip que no agrega nada, eso sí, de tanto en tanto aparece la música de Elton, para gratificarnos un poco, Para ello, más vale escuchar en su aparato de audio.