El mal de la banalidad
La primera película fue sorprendente, pero El círculo dorado es casi una deshonra para el cine de espías.
Todo el desparpajo festivo, el humor paródico y el encanto visual que tenía Kingsman: El servicio secreto (2014), en Kingsman: El círculo dorado (2017) se diluye en una sofisticación idiota y en escenas innecesarias. Si las cabezas que explotaban en clave psicodélica en la primera entrega coronaban una película de acción entretenida y original, acá no hay una sola secuencia que se destaque por su desenfado y su novedad.
Esta segunda parte de la película dirigida por Matthew Vaughn, basada en el cómic de Mark Millar y Dave Gibbons, retoma los personajes del primer filme para que luchen contra una narcotraficante desquiciada (Julianne Moore). Pero lo hace de la manera más inverosímil. Por ejemplo, para explicar la reaparición de Harry Hart (interpretado por un desanimado Colin Firth), que en la primera moría de un balazo en el ojo, recurre a una explicación tan forzada como descabellada. También incorpora una nueva agencia secreta, liderada por un viejo y caricaturesco Jeff Bridges.
La violencia explicita y estetizada es la droga legal de Hollywood, su verdadera pornografía. La representación de la violencia con cámara lenta debería ser utilizada para expresar el infierno que significa morir a tiros, no para celebrarla o para que quede bonito. Y este es uno de los problemas de Kingsman: El círculo dorado, ya que es capaz de mostrar cómo introducen a un tipo en una picadora de carne pero no una simple escena de sexo.
En su afán por redoblar la apuesta, la cinta pierde la consistencia y la poca libertad que tenía en la primera parte. Si en aquella contaba con escenas novedosas y emocionantes, acá se repite mecánicamente como si estuviera aplicando una fórmula sin demasiada convicción.
Kingsman: El círculo dorado deshonra a las películas de espías. La villana de Julianne Moore es tan insulsa y poco graciosa que nunca termina de encender la chispa del conflicto. Quizás el mejor personaje sea el de Elton John, que al comienzo parece sólo un cameo pero después se convierte en el personaje más destacable y querido.
Pero el mayor problema de Kingsman: El círculo dorado es que no sabe cómo divertirse. Cree, erróneamente, que al complejizar la trama, extender las escenas, incorporar nuevos giros y personajes sofisticados resultará más efectiva que la primera.