Kingsman. El círculo dorado

Crítica de Leo Valle - Malditos Nerds - Vorterix

EXPLOSIONES CON ESTILO

El universo de espías británicos está de vuelta, con el mismo estilo pero menos enfoque.
Como sucede cada tanto, llegué tarde a una de las grandes sorpresas cinematográficas de 2015, Kingsman: El Servicio Secreto (Kingsman: The Secret Service). Y como sucede cuando eso sucede, me aseguré de ver la película antes de asistir a la función de prensa de su secuela, Kingsman: El Círculo Dorado (Kingsman: The Golden Circle).

Entendí en esa noche de domingo el atractivo de Kingsman, aunque lo sintiera un poco lejano, ajeno. Sí, es una caricatura de una aventura clásica de trascendencia social dentro de un contexto de espías a-la-James Bond con buena dirección (Matthew Vaughn maneja muy bien el cine de acción), magníficas coreografías y un estilo indiscutible. Pero también es una película inmadura, nihilista y sexista, que glorifica la violencia intentando disfrazarla de espectáculo y hasta se toma la libertad de terminar con un primer plano de un trasero invitando al protagonista a una sesión de sexo anal.

Pero como dije antes, entendí el atractivo en esa fantasía de poder adolescente al extremo. Pero por desgracia hay poco nuevo bajo el sol en el mundo de estos James Bond 2.0, y las partes donde la primera conectaba están muy diluidas en la secuela.

Ha pasado un año desde los eventos de la primera película. Eggsy (Taron Egerton) es ahora el nuevo agente Galahad, está en una relación formal con la Princesa Tilde (Hanna Alstrom) y sigue teniendo tiempo para disfrutar con sus amigos. Todo parece color de rosa, excepto la parte en la que extraña a su mentor, Harry (Colin Firth), hasta que Poppy (Julianne Moore), la jefa del cartel de drogas más importante del mundo, arrasa con los Kingsman.

Como los trailers dejaron ver, Eggsy y el otro sobreviviente a la masacre, el capo tecnológico Merlin (Mark Strong, el falso Andy García), se trasladan a Kentucky, Estados Unidos, para encontrarse con los Statesman, sus contrapartes del otro lado del charco. Ahí conocerán a Tequila (Channing Tatum), Whiskey (Pedro Pascal), Ginger (Halle Berry) y el líder Champ (Jeff Bridges), con los que unirán fuerzas para echar por tierra los planes de Poppy, que a través de un virus incluído en los narcóticos tiene al mundo de rehén.

Kingsman: The Golden Circle sufre lo que muchas secuelas: la necesidad de subir la apuesta. Vaughn y Goldman priorizan espectáculo sobre narrativa, y se nota. La primera secuencia resume perfectamente la película: un personaje vuelve inexplicablemente de la muerte y un minuto después, sin más introducción, se lanza a una larga y espectacular persecución a alta velocidad con choques, explosiones, piruetas y estilo. La escena llega a su fin y no sabemos qué pasó o porqué… pero qué viaje de adrenalina, eh.

Más allá de ese vacío de motivaciones, esta segunda parte presenta demasiadas líneas argumentales y se termina sintiendo menos enfocada que la original, que giraba exclusivamente alrededor del conflicto del protagonista y su adaptación a un nuevo universo. En este caso tenemos que lidiar con la relación de Eggsy y Tilde, con el regreso de la muerte de Harry, con las motivaciones de los villanos, con los cameos extremadamente largos, con el costado político de la cuestión y con las inquietudes y problemáticas de algunos agentes. Los 140 minutos de duración se sienten bastante más, especialmente considerando que la primera tiene un ritmo mucho mejor y no se hace tan larga aún con solo 10 minutos menos.

El guión de Jane Goldman y el director es denso y lleno de incoherencias, pero su mayor pecado, además de seguir objetivizando al sexo femenino y no darle un lugar de peso del lado de “los buenos”, es construir una villana tan flácida en motivaciones. Poppy vive aislada en unas ruinas maya aún no descubiertas (formalmente, claro) que ha adaptado y remodelado con un estilo propio de la década del 50, con peluquería, pistas de bowling y el típico café. Poppy se queja que, como una de las empresarias más exitosa del mundo, tiene que vivir escondida y aislada del mundo sólo porque su negocio es ilegal (con la obligatoria referencia al alcohol y el tabaco). Tan sádico como poco genuino, el personaje que construye esta Julianne Moore desganada no le mueve un pelo a nadie, y tiene un final tan innecesario como esperable.

También tengo que mencionar el costado político de la cuestión, que me llamó muchísimo la atención. Como en la original, el villano (norteamericano) tiene línea directa con el Presidente de los Estados Unidos. En 2015 Samuel L. Jackson, el zar de la tecnología que iba a limpiar el mundo a través de sus chips de telefonía celular, hablaba con Obama (aunque lo veíamos de espalda), dando a entender que el mandatario (demócrata) estaba entongado y bajo su control. En este caso el Presidente es interpretado por Bruce Greenwood (Gerald’s Game), y aún cuando en materia ideológica son semejantes, hay una clara intención de Fox de “cuidar” al payasesco Trump – sin ir más lejos, ninguno de los periodistas de Fox News sufren los efectos del virus implantado en las drogas, dando la idea de una cadena de noticias “pura”.

La segunda excursión de Vaughn al mundo de Kingsman, creado por Dave Gibbons y Mark Millar no lo deja tan bien parado como el debut. La acción, la violencia, la sátira y los elementos caricaturescos dicen presente (si perros robots no son una caricatura, no sé qué lo es) y la película se siente un verdadero cómic en movimiento. Pero en el camino, entre tanta explosión, Kingsman perdió algo de corazón. Quizá en la inevitable tercera parte lo vuelva a encontrar.