La mejor manera de describir el delirio que es Kingsman: The Secret Service es con la ecuación Kick-Ass + James Bond con un toque de Guy Ritchie bien coreografiado. Hace rato que no se veía una película de acción con altos niveles de testosterona, parodia y tan divertida como la presente, donde nuevamente la historia se nutre de un cómic para narrar el inicio de lo que podría ser una lucrativa franquicia enfocada en el espionaje.
Como si se tratase de una historia de orígenes del agente 007 pero ligerísima, Kingsman encuentra a nuestro protagonista Eggsy, un matón de la calle -la próxima estrella en ascenso Taron Egerton- en la mira del agente secreto Harry Hart -Colin Firth en modo Liam Neeson en Taken-, que siente le debe un favor a Eggsy y su familia por la vida descarrilada que llevan. Una cosa lleva a la otra y pronto nos encontramos con un destacado grupo de jóvenes, dispuestos a ser parte de la agencia secreta si sobreviven a su entrenamiento. En el camino, los jóvenes y la agencia en sí misma se encontrará en el camino de un villano muy peculiar con la cara de Samuel L. Jackson, un plan para acabar con el mundo, guardaespaldas con piernas ortopédicas con cuchillas de por medio y violencia pura y dura, pero muy divertida.
Al director Matthew Vaughn debería otorgársele una medalla honoraria por la enorme y fantástica filmografía que se armó en un par de años. Por las venas del británico corre tinta y tiene un ojo muy particular para hacer saltar a personajes de papel hacia la pantalla grande. Ya lo hizo con Stardust y Kick-Ass y se agenció la fantástica precuela X-Men: First Class. Las escenas de acción, contundentes y frenéticas desde su coreografía, se mezclan perfecto entre el seco humor británico y la divertida lluvia de sangre en pantalla, sumado al intermitente hablar del villano de Jackson y el apoyo logístico de grandes figuras como Michael Caine y Mark Strong en el ruedo.
Y si pensaban que el final de la malograda The Interview era controversial y escandaloso, esperen a llegar a los minutos finales del film de Vaughn. Detrás de la explosiva acción hay un aire lúdico de videojuego y una trama subversiva que nunca cumple lo que promete, pero con apagar el cerebro y no buscarle muchas vueltas el resultado es mucho más promisorio. Salir de la experiencia de Kingsman en una sala grande se traduce en un estado de éxtasis absoluto. Es un film extravagante que sabe cuáles son sus fuerzas y sus debilidades, y que no tiene miedo de coquetear con el ridículo constantemente. Una delicia.