Bienvenida la parodia.
Una película de espionaje, que está entre los primeros filmes de Bond y la parodia de Austin Powers. Colin Firth, en traje a medida.
Justo entre los primeros filmes de James Bond y la versión paródica de Austin Powers. Allí se ubica Kingsman: El servicio secreto, del director de Kick-Ass y X-Men: Primera generación. El mundo del recontraespionaje, contado con humor, sorna, acción, exageración...
Las cosas, aquí, a veces se desmadran, como si se tratara de una película de los hermanos Wachowski. Hay personajes que tienen una vida dedicada al espionaje. Y hay uno que debe insertarse en ese mundo -por lo que Kingsman es una película de iniciación-. No hay misterios. Aunque los autores del cómic original pudieron ponerle al protagonista las iniciales JB -por James Bond, Jason Bourne o Jack Bauer-. Pero no, las obviedades no están al orden del día.
Harry Hart (Colin Firth), alias Galahad -cada agente tiene como seudónimo o nombre de guerra el de alguno de los caballeros de la mesa redonda; el jefe es, claro, Arthur (Michael Caine)- se siente como en falta con Lancelot. Hace unos años, Lancelot le salvó la vida, tirándose arriba de un malvado con granada en la boca, y Galahad quiere hacerle una devolución de favores, reclutando a su hijo, que era un niño cuando su padre falleció en plena misión.
Así que cuando se hace un agujero en la sastrería londinense -la pantalla de este servicio ultrasecreto- Galahad sugiere a Eggsy (Taron Egerton), el hijo semihuérfano, un chico casi de la calle que soporta como puede los maltratos de su padrastro (que le pega también a su madre). Eggsy tiene que pasar una selección con otros candidatos, por lo que Matthew Vaughn- que no en vano ya dijo que se anota para dirigir un nuevo Indiana Jones- tiene tiempo para presentar personajes y demostrar qué tan grande Eggy tiene el corazón, y el ego, para sumarse o no a Kingsman.
Por supuesto que hay un malvado, malísimo. Richmond Valentine es el nombre del maligno y depravado de turno, que personifica un seseoso Samuel L. Jackson. Lo secunda -siempre el jefe de los malos tiene quien se haga cargo de ensuciarse las manos u otras extremidades, como se verá- Gazelle (la bailarina Sofia Boutella), que en vez de piernas tiene cuchillas filosas.
Así que el malo es estadounidense, el bueno, británico, educado, reservado, pero letal. El malo quiere transformar violentamente a millones de personas al activar unas tarjetas para el celular que entregó gratis… Populismo puro.
¿Más? En el comienzo está un casi irreconocible Mark Hamill, Luke Skywalker en Star Wars, prisionero de los malos en... la Argentina.
Ridícula a veces, entretenida siempre, las vueltas de roscas le quitan el sabor de la aventura para convertirla en comedia.
Y observen cómo Galahad pide su cóctel favorito.