Matthew Vaughn y otro de sus prólogos
Matthew Vaughn había tenido un debut interesante con Crimen organizado, un policial de 2004 protagonizado por Daniel Craig cuando aún no era James Bond. Su segunda película, Stardust: el misterio de la estrella, dejaba entrever a un realizador preocupado por la deconstrucción de estereotipos y las herramientas narrativas sin descuidar el humor y la empatía con los personajes. Pero luego decidió dedicarse a los prólogos, a las introducciones y presentaciones de distintos mundos y personajes. Y aunque esto no está necesariamente mal, la sensación es que a esta altura está desperdiciando buena parte de su verdadero potencial y talento.
Kick-Ass contaba la creación y el surgimiento de un mundo de superhéroes y villanos en el mundo “real” desde el mismo público que se había alimentado con los cómics y películas que lo constituían, en un relato que era un guiño permanente hacia las diversas construcciones narrativas. Era una historia que se topaba con los propios límites que se había autoimpuesto, a tal punto que a la hora de los bifes terminaba siendo un film de superhéroes más, que se preguntaba sobre las responsabilidades y consecuencias de enfrentarse al crimen organizado. X-Men: Primera Generación mostraba los orígenes de personajes emblemáticos y cómo fueron recorriendo el camino que los terminó consolidando en sus personalidades heroicas. Ambos films son correctos en sus realizaciones, sólidos en sus tramas y entregan lo prometido, pero a la vez evitan grandes riesgos, recostándose en lo que esperan sus espectadores, sin permitirse ir un poco más allá de lo predecible.
Y es así que llegamos a Kingsman, el servicio secreto, otra adaptación de un cómic de Mark Millar, que se mira al espejo de James Bond y otros espías como Jason Bourne y Jack Bauer (hay una secuencia donde se hace un chiste bastante explícito al respecto). Hay un evidente intento de ir configurando una operación nostálgica y actualizada a la vez del género de espionaje, donde el 007 es el modelo esencial que seguir y romper a la vez, a partir de la historia de una organización de espías que recluta a un joven poco elegante pero con un gran potencial para que se integre en sus filas. En el film van dándose paso todos los lugares comunes, a los que Vaughn transita con pasmosa efectividad, precisamente porque ya los conoce de sus films anteriores: el tutor altamente experimentado al que se lo intuye en una etapa cerca del retiro; el adolescente rebelde que viene eludiendo su destino, hasta que se va haciendo cargo de lo que sabe y puede hacer; el durísimo y peligroso entrenamiento donde se trabaja la noción de grupo; el entrenador rígido pero leal en sus convicciones; el desfile de armas y artefactos insólitos; el villano megalómano que roza lo inverosímil, con una secuaz despiadada, etcétera, etcétera, etcétera.
Vale decir que es difícil señalarle grandes defectos a Kingsman, el servicio secreto: es un producto redondo, con unos cuantos momentos festivos y hasta delirantes, en el que Colin Firth, siempre con su elegancia distante, y Samuel L. Jackson, en su continua parodia de sí mismo, son plenamente funcionales a lo que se está contando. Lo mismo se puede decir de Mark Strong y Michael Caine, e incluso Taron Egerton demuestra estar a la altura de lo que se le pide en el protagónico. Pero no deja de ser llamativo que una película que se la pasa cuestionando y analizando las propias estructuras que habita, no termina de proponer elementos sustancialmente distintos ni de entregarse a un delirio que sea realmente impredecible. Hay una escena donde los personajes de Firth y Jackson conversan sobre cuánto les gustaban los films de Bond cuando eran chicos y cómo la calidad de cada uno de ellos se definía por el villano que tenía, pero que al final se tenían que hacer cargo que ya estaban grandes. Sin embargo, Kingsman, el servicio secreto no termina de definirse entre reivindicar plenamente el espíritu infantil de esos inverosímiles films de espionaje o patear el tablero para ir hacia otro lugar. Se queda a mitad de camino, en un disfrute cool donde hay también un poquito de culpa, ofreciendo el mismo cuentito de siempre, que sigue funcionando pero ya ha sido visto miles de veces.
Mientras tanto, Vaughn sigue atado a los prólogos, realizando correctas pero convencionales presentaciones para futuras franquicias. Da para preguntarse si volverá la etapa de Stardust, a recorrer todo el camino que les queda a sus personajes, o si permanecerá en ese lugar cómodo aunque intrascendente en el que está actualmente.