Koan

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Koan: La trama sensorial
Koan es una ópera prima de la montajista Karina Kracoff y Osvaldo Ponce, director de fotografía, que logra amalgamar estas dos áreas cinematográficas y de esa unión crear un universo onírico que invita al espectador a sumergirse en un viaje no iniciático, sino de transformación espiritual.
La poesía y el manejo de la luz definen el tono de este film en el que las palabras se vacían del significado para cobrar un sentido poético y enriquecer la experiencia en las imágenes del Bolsón, espacio geográfico y simbólico donde se desarrolla la historia.
La transmutación como uno de los estadios de la apertura de conciencia es una de las ideas que ya aparecían en el cortometraje de Hay una vez -2012-, donde un papiro, dentro de una botella en el mar, al desenrollarse se vuelve hombre, y ese hombre se deja llevar en el viaje de la percepción a la aventura de descubrir el mundo que lo rodea.
El mismo viaje de la percepción se propone esta ópera prima, Koan, donde las máscaras de la representación se resquebrajan para que emerja la poética y la trama sensorial se disipe en sonidos e imágenes, en consonancia con los estados oníricos y suprasensoriales del protagonista. El hombre cuenta con el don de la sanación, pero atraviesa una crisis al conocer su límite cuando una de sus visitantes, llamada Minervina, aquejada por una extraña enfermedad en la que pierde la fortaleza de sus miembros inexplicable y progresivamente, le devuelve el reflejo de su propio ego omnipotente, derrotado por la falta de efecto de su empatía para con ella.
Como expresa la idea de un Koan (filosofía Zen), es decir un planteo o problema que el maestro le deja al alumno para que éste se despoje del ego y la racionalidad para llegar a su resolución a partir de la apertura de su percepción, en el caso particular de este film la idea se resignifica desde las limitaciones del protagonista para comprender el padecimiento ajeno, conflicto que no podrá resolver sin quitarse el peso del rol de sanador. La agonía del movimiento lucha en silencio mientras la noche deja que la luna llore su dolor.
La película abre entonces la puerta al interrogante de hasta dónde la percepción del otro no es una construcción de la propia subjetividad y en eso entran a tallar los efectos de un lenguaje conectado con el inconsciente, tal vez la poesía, elemento que el recurso sonoro de la imagen utiliza no pegado a la palabra sino en un plano diferente como si se tratase de la comunicación extra sensorial: los personajes hablan en un plano visual pero sus labios permanecen inmutables desde otro plano superpuesto. Las palabras entregan el significado y vuelan igual que los silencios.
Lograr este efecto en el espectador y proponerle la experiencia del corte con la linealidad, una ruptura consciente entre el tiempo de la imagen y la imagen en el tiempo supone un verdadero desafío en términos narrativos, que los realizadores superan al fijar un punto de vista, el del protagonista encarnado por el actor Claudio Giovannoni, quien aporta desde su minimalismo gestual otro tipo de sensibilidad al relato.
Así la cueva es un vientre donde emerge el hombre que descubre su propia máscara en el ego y emprende la travesía del abandono y el despojo para hacerse uno con todos en la trama sensorial.