Como no puede esconderse, tendrá que seguir huyendo
Apelando a los trazos del western, Sebastián Borensztein cuenta una historia de venganza purificadora entrecruzada por reproches de la conciencia en medio de un contexto de horrores extendidos. Alguna crítica la ha golpeado por este retrato sesgado de un piloto de los vuelos de la muerte que aparece al final, sino redimido, al menos humanizado. Curiosamente es la matanza la que termina de darle algún alivio y sentido a su martirio. Metáfora cuidadosa sobre lo que sucedía en ese tiempo, 1977, cuando el clima de delaciones, sospechas y muertes permitidas dejaban ver hasta en los confines más modestos (está ambientada en un pueblito olvidado) un trasfondo de barbarie, sometimiento, abusos y temores. El film técnicamente es impecable y se nota que Borensztein ha crecido como realizador desde “Un cuento Chino”. No hay escenas descuidadas, todo el elenco luce parejo, el guión tiene concentración y fuerza descriptiva y además cuenta con trabajos descollantes de dos de los mejores actores de nuestro cine: Darín se luce, otra vez al darle vida a este atormentado Tomás Koblic; y Oscar Martínez compone con rasgos farsescos a uno de esos villlanos del lejano oeste, que se rinde sólo ante la codicia y el comandante de turno. Crímenes misteriosos, amores desolados, secretos inconfesables, final con duelo en plena calle y miradas de soslayo ayudan a edificar una película bien interesante y narrada, que merodea por el thriller, que no le saca el bulto a los hechos históricos y que deja ver, esta vez de manera directa, el horror de aquellos vuelos. Pero es una película no un documental. No hay que disciplinar la ficción. La narración, más que abordar aquellos trágicos sucesos, sólo quiere hablar del sin sentido moral de un tipo asqueado por su pasado -no debe ser el único- que sueña con alejarse de todo (incluso de su pareja), un personaje que, al querer huir de aquellos crímenes, no le queda otra salida que seguir matando. En su horizonte no aparece el perdón. Sólo escapar de todo: de sus captores, de su remordimiento y de su pasado. Pero no hay escondite al que no llegue la conciencia.