Un cuento argentino
El director de Un cuento chino (2011) toma nuevamente episodios de la historia oscura argentina para su película. Si la guerra de Malvinas explicaba los conflictos internos del personaje de Ricardo Darín en aquel film, en Kóblic (2016) son los vuelos de la muerte durante la dictadura militar el motor del relato. Por supuesto no pasa desapercibido el punto de vista elegido (un piloto de rango militar arrepentido) para un asunto tan sensible en la sociedad argentina.
Kóblic (Ricardo Darín), atormentado por su pasado y con su vida en peligro por negarse a seguir piloteando, se dirige a un inhóspito pueblo del interior con el fin de ocultarse un tiempo con su amigo aviador. Sucede que el comisario/dueño del pueblo es el maquiavélico Velarde (un caricaturesco Oscar Martínez) que se pone al fugitivo entre ceja y ceja. En el medio hay una historia de amor y una trama de venganza con tintes genéricos.
La pregunta que surge en el abordaje del tema es ¿Para qué y para quién? Para qué elegir el punto de vista de un piloto militar ¿para reivindicarlo? ¿para mostrar que no todos dentro de las fuerzas eran culpables de lo sucedido? y también el para quién, pensando en un momento de social de marcado giro político con respecto a las políticas de derechos humanos. El tema es demasiado sensible para tomarlo tan ligeramente y como mínimo genera dudas.
El asunto es que Kóblic es un western criollo. Su estructura remite a un spaghetti western donde todos los personajes son malditos pero algunos tienen límites morales distintivos del resto. De ahí se determinan los buenos y los malos. A saber: Kóblic es el “héroe maldito” que llega a un pueblo oprimido por el malvado “sheriff” a quién combatirá hasta las últimas consecuencias liberando a los habitantes del lugar. En el medio conquista a la chica, hace justicia por su amigo y elimina sus demonios personales. La estructura es la misma. Para que su personaje con semejantes antecedentes sea bueno, su contraparte tiene que ser despiadado. Y lo es, el personaje de Oscar Martínez es sádico, corrupto, feo y repulsivo: el Diablo en persona.
Es una película de buenos y malos -o mejor dicho, de malos y malísimos- bidimensionales. Si el personaje de Kóblic ve un perro, lo sana. Si el del comisario lo escucha ladrar, lo mata. Cuando Kóblic está con la chica el sol brilla de fondo, cuando recuerda lo ocurrido en el vuelo de la muerte el fuego destaca sombras en su rostro. En el contraste sentimos mayor simpatía por Kóblic -sin que la demuestre- que por el resto, completamente despreciables.
Kóblic es una película eficaz desde el género aunque en su ambición de tomar un tema complejo de base desentona con la irreal construcción que realiza. Algunas veces menos es mas.