Mas allá de sus sentidas interpretaciones, en especial de un inspirado y transformado Oscar Martínez, Kóblic no creo que haga mucha mella dentro del panorama del cine argentino. Su marco histórico es sólido, el siempre espinoso tema de las desapariciones en el oscuro período de la Dictadura, pero su trama en especial no es tan sugerente como para destacarse entre tantas otras propuestas similares.
Enfurece un poco que el guión del director Sebastián Borensztein y Alejandro Ocon no le escape a todos los lugares comunes del subgénero del forastero en tierra extraña. Las razones para que el héroe del título, un siempre correcto y sobrio Ricardo Darín, elija escapar a un pueblo en medio de la nada se van descubriendo a lo largo de la película con una espeluznante escena inicial, y luego con recuerdos en la mente del protagonista. No es muy difícil intuir qué es lo que hizo para tener que poner pies en polvorosa, pero la situación genera un halo de misterio interesante. el exilio de Kóblic cae en tierras muy conocidas, ya que desde el western se viene notando la llegada del héroe en desgracia, la desconfianza de los pueblerinos, la atención inaudita que le presta el -cómo no- corrupto comisario de la zona, y las hormonas agitadas de una joven en una relación turbulenta con su marido. Si al menos la fórmula cambiase un poco estaríamos hablando de otra cosa, pero Borenszein y Ocon no se ven preocupados por ello y todas las fichas caen sin esfuerzo alguno, en lugares muy obvios.
La sombra omnipresente de su pasado amenaza una y otra vez con alcanzar al héroe, como es usual, y la primera mitad del film adolece de momentos llamativos, que le escapen a la norma. Por fortuna, la segunda mitad genera un nerviosismo insistente, con un impresionante juego de voluntades entre los personajes de Darín y Martínez, sacándose chispas el uno al otro con los fríos cálculos a los que se someten dos hombres que no ceden terreno nunca. En el camino quedan un par de revelaciones que amenazan con llevar la trama a otro nivel o susurros que quedan en la nada, pero las escenas finales le dan un cierre brutal a una historia que podía haber logrado más.
Kóblic pudo haber sido otra huella en el cine argentino, pero se queda en una sencilla rascada a la superficie. De no ser por la inestimable ayuda de dos pesos pesados como Darín y Martínez, estaríamos muy cerca de una película clase B con Van Damme o Steven Seagal pero en suelo nativo.