Detrás de su aparente relato revisionista, que puede ser uno de los puntos de partida para acercarse al filme, “Kóblic” (Argentina, 2016) habla de la imposibilidad de escaparse de las propias pesadillas que acechan a seres que deambulan martirizados por hechos de los cuales no tienen la posibilidad de alguna manera de evitarlos o evadirlos.
En “Kóblic”, tercer filme de Sebastián Borensztein, trabaja sobre la base de un western criollo en el que su protagonista, Tomás Kóblic (Ricardo Darín), comienza el filme en un estado de desesperación tratando de borrar su pasado afincándose, momentáneamente, en un pueblo del interior del país llamado Colonia Elena.
Tratando de mimetizarse con el lugar, cumpliendo tareas en la empresa de fumigación aérea de un amigo, que le tiende una mano, Tomás comenzará, o al menos lo intentará, una nueva vida alejado de todo aquello que lo atormenta.
Pero cuando el comisario del lugar, Velarde (un irreconocible Oscar Martínez), a partir de dichos de gente del pueblo, sepa del pasado de Kóblic, se pondrá en estado de alerta e iniciará un camino de búsqueda y enfrentamiento con él para develar las verdaderas intenciones que posee.
Y en ese devenir, presente del protagonista, inesperadamente, una irrefrenable pasión con Nancy (Inma Cuesta) complicará aún más su estadía en Colonia Elena, imposibilitando una vez más una escapatoria, como así también la capacidad para detener aquellos fantasmas que en forma de pesadilla lo acechan constantemente.
“Kóblic” es un filme con varias etapas narrativas y también capas de desarrollo, el potente arranque con un eterno travelling que acompaña a Tomás a la difícil tarea que tuvo que desarrollar durante la última dictadura cívico militar, hacia 1977, es tan sólo el disparador para contextualizar al personaje dentro de un marco en el que busca, porque lo necesita, una vía de escape a justamente aquello que no puede evadir de su pasado.
El flashback virulento, en el presente de un personaje que intenta encontrar algo que lo pueda transformar, más que el cambio interno sufrido a partir de la intervención en los denominados “vuelos de la muerte”, que son reconstruidos con precisión y realismo, pero que evitan regodearse en el morbo que quizás en manos de otra historia se podría haber plasmado, son tan sólo un motivo dentro del gran relato que propone el filme.
En una primera instancia la inserción de Tomás en Colonia Elena, su camino para poder ser parte de una pequeña comunidad cerrada, que le niega la posibilidad de encontrar su lugar, que lo recela, que lo evita, y que luego va seguida por una etapa más luminosa a partir de su relación con Nancy, a pesar de la clandestinidad del vínculo y su necesaria prohibición (ella es una mujer casada, y en pueblo chico…).
En esa segunda instancia narrativa, la necesaria explosión del conflicto, con su inevitable enfrentamiento con el comisario, el duelo entre ambos, físico, mental y moral, como así también el acompañamiento de algunos personajes secundarios, los que lo ayudarán para encontrar alguna salida ante la inminencia del castigo por todo aquello que Kóblic hizo y hará, terminan por configurar el espacio para que el relato explore algunos lugares seguros del género, con un imposible héroe que termina por nunca encontrar una salida.
La cuidada y bella fotografía, las escenas amplias que ubican a los personajes en espacios que articulan sus vínculos de manera natural y fluida, pero principalmente, la solvencia y solidez de las interpretaciones (el trío Darín, Cuesta, Martínez, es un lujo) permiten que “Kóblic” desande un filme de género, que además se da la posibilidad de tocar un tema polémico sobre la dictadura, que, hasta el momento, no había sido planteado.