Kong en su habitat, y sin rascacielos
La nueva versión para el cine del famoso simio cambia de época, y arranca hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial. El film, que se sostiene en su eficaz producción y buenos actores, prescinde del elemento sentimental.
En el primer, extraordinario y sin lugar a dudas mejor "King Kong", una maravilla fílmica lograda gracias a los complejos efectos de stop motion animation de Willis O'Brien, algunas de las mejores partes tenían que ver con el hábitat donde descubrían al gigantesco gorila, o sea la Isla de la Calavera. Una cualidad de la última remake que dirigió Peter Jackson es que retomaba ideas que no se habían podido filmar en 1932, relacionadas con monstruos de todo tipo y calibre, incluyendo insectos enormes.
Lo divertido de esta nueva visión de Kong es que ubica al monstruo en otro tiempo y olvida totalmente el gran final en el Empire State para dejarlo luchando con otras criaturas de su isla natal. La película empieza a toda marcha en 1944 y, para dar idea de que esto es la más desbocada superacción, al comienzo el logo de Warner aparece en medio de ráfagas de ametralladoras de dos aviones enemigos que se derriban mutuamente y caen en la isla del título. De la Segunda Guerra Mundial la historia salta al final de la guerra de Vietnam, cuando una escuadrilla de helicópteros comandada por Samuel L. Jackson debe acompañar una exploración científico militar de una isla desconocida, que ya imaginamos cuál es.
La brutalidad de los métodos de exploración, que incluyen napalm y bombas sísmicas, desatan la furia de Kong en una larga secuencia de destrucción de helicópteros -y sus ocupantes- sin precedente. Esta "Kong: Skull Island" simplemente no para nunca, y a cada minuto ofrece imágenes asombrosas en esa isla que da lugar a una orgía de monstruos imperdibles para los fans del cine fantástico y los efectos especiales.
Pero no todo tiene que ver con arañas, reptiles gigantes y cine tecnológico; en esta película, el factor humano también es importante, empezando por el hecho de que a Samuel Jackson lo acompañan dos grandes actores como John Goodman (un chanta medio lunático que va en la expedición) y sobre todo John C. Reilly, que ofrece una magnifica actuación como el piloto de guerra varado en esa isla infernal durante casi tres décadas.
El director Jordan Vogt-Roberts sabe cómo filmar sus monstruos de los modos más imaginativos, y además tiene un gusto musical formidable para los temas de rock de fines de los '60 y principios de los '70, por ls que sus masacres en selvas perdidas se suceden al ritmo de Black Sabbath, David Bowie y Credence Clearwater Revival. El ritmo es vertiginoso como pocos, pero tal vez a los puristas de Kong les salte la falta de romance zoofilico y la ausencia del típico desenlace en medio de rascacielos.