Efectos para una historia sin pulsaciones
En su infinita capacidad para crear productos carentes de originalidad, Hollywood nos ha acostumbrado a revisiones, secuelas, precuelas y reboots anuales que se amparan en la fallida creencia de que su base de fans amortizará la producción. En estas apuestas, sin embargo, se puede jugar de una forma conservadora o arriesgar con propuestas que oculten a duras penas la sensación de repetición.
Kong: la isla calavera se erige como un intento de coger el mítico personaje simiesco de la historia del cine y darle una vuelta a la trama que lo presenta, combinando distintos géneros a varios niveles en una mezcla de respuesta difícilmente controlable.
Reanimación visual para un guion muerto. El principal problema de Kong es que parte de una base fallida: un guión completamente lineal, con personajes planos y carencia absoluta de capacidad emotiva en algún punto. Estos personajes, reducidos en su mayoría a una característica definible en una palabra, vagan en la trama con un objetivo sencillo y final predecible. Ni siquiera los que pueden morir a su paso generan sentimiento alguno en un espectador totalmente separado emocionalmente de estos seres profundamente estereotipados.
Todo esto parece producto de los más que probables vaivenes de dicho guión durante la pre-producción, lo cual ha acabado con una trama principal insulsa, subtramas prácticamente inexistentes o insustanciales y personajes carentes de sentido en la película.
Esto viene a cubrirse, sin embargo, con un manto visual impactante e incluso sorprendente, teniendo siempre en cuenta que hablamos de un blockbuster palomitero sometido a los estándares más comerciales de la cinematografía actual. Dentro de este encorsetado vestido, la película consigue presentar planos cuyo tiempo se mantiene lo suficiente como para ser apreciados en toda su belleza (sin infinitos e innecesarios cortes de montaje fugaces que arruinen la experiencia y el trabajo visual). Esto y las continuas reminiscencias a Apocalypse Now (hablando siempre en el apartado de imagen) acaba convirtiéndose en un elemento que destaca sobre el resto, pero que es incapaz de salvar la experiencia de toda la película.
En última instancia cine son sus personajes (y los actores que los encarnan) y el guión que fundamenta el producto. Y aunque las estrellas como Tom Hiddleston, Brie Larson, Samuel L. Jackson y, sobre todo, John C. Reilly tienen una interpretación más que acertada, poco o nada hay que salvar por mucho esfuerzo y tablas que estos actores le aporten.
Kong es una huida al frente, una lucha sufrida para abrirse paso en un mar de absoluta linealidad. La presentación del gran simio viene aderezada con un pequeño y nuevo trasfondo que se acaba convirtiendo en una de las pocas cosas interesantes provenientes de la parte literaria de la película. Lamentablemente, este halo mitológico queda explotado muy superficialmente. Del mismo pie cojea la utilización del contexto histórico, en plena rendición estadounidense en la Guerra de Vietnam. Los compromisos ideológicos y cargas morales que esta derrota y la Guerra Fría podrían generar son una nueva oportunidad perdida para dotar de mayor interés a alguno de sus personajes. En su lugar, nos quedamos con un prólogo redundante y algún guiño intrascendente a lo largo del desarrollo. Sin duda se ponen de manifiesto estos problemas en la película cuando el momento más emotivo se produce únicamente en el epílogo que cierra la aventura.
Al final, es inevitable darse cuenta de la evidencia que se ha convertido en la piedra causante de repetidos tropiezos hollywoodienses: Un apabullante apartado visual no salva una obra cuyo corazón se escribe con tinta y letras, no con efectos visuales.