Vuelve la octava maravilla, más grande y furiosa que nunca.
A no confundirse, la verdadera estrella de esta película es Kong y todo lo demás está de adorno. El simio gigante es nuestro único héroe en este lío plagado de acción, explosiones y criaturas gigantes, donde los seres humanos son un conjunto de lugares comunes que aportan poco y nada a un universo cinematográfico donde reinan los monstruos. Dicho esto, “Kong: La Isla Calavera” (Kong: Skull Island, 2017) se disfruta con pochoclos y se aplaude cada vez que el mono se ensarta en una pelea. Al igual que “Godzilla” (2014) o “Titanes el Pacífico” (Pacific Rim, 2013) sabe muy bien donde plantarse y contar una historia que sólo gira en torno a la criatura.
Jordan Vogt-Roberts no tiene mucha experiencia cinematográfica, pero entendió que la acción es la clave de todo. Así, se despega de la clásica historia del mono y la damisela, sin desprestigiar un mito que ya tiene casi 85 años y unas cuantas versiones encima.
Estamos en 1973, recién terminada la guerra de Vietnam con todo lo que ello implica para los Estados Unidos. Bill Randa (John Goodman) necesita apoyo del gobierno yanqui para explorar la Isla Calavera, un archipiélago en medio del Océano Pacífico que podría guardar unas cuantas claves arqueológicas y de otra índole. Después del tire y afloje, consigue su cometido, pero además de los científicos que lo acompañan necesita la protección militar del coronel Preston Packard (Samuel L. Jackson), el cual precisa un poco más de conflicto bélico e incursiones por la jungla, no así el resto de sus hombres que no ven la hora de volver a casa para reencontrarse con sus familiar. Completan el grupo: James Conrad (Tom Hiddleston), ex militar experto en rastreo y Mason Weaver (Brie Larson), fotógrafa antibélica muy reconocida, que no quiere quedarse afuera de esta experiencia.
La isla y sus “habitantes” son un mito en sí mismos, un lugar rodeado de tormentas que dificultan las comunicaciones, aunque de una belleza insólita. La fascinación inicial se acaba apenas los helicópteros lanzan la primera bomba sísmica –supuestamente para medir densidades en el suelo del lugar- y una enorme criatura salida de la nada empieza a atacar y destruir todo lo que se le cruza por el camino. Los sobrevivientes quedan desparramados por la isla, preguntándose si eso que vieron con sus ojos, y mató a la mitad de los hombres, era un simio de treinta metros de altura. Claro que sí, pero Kong es apenas la primera de muchas criaturas gigantes que pueblan el lugar, la gran mayoría, muy poco amigables.
Así, a puro caos y destrucción, arranca esta película con todo el espíritu de los setenta (tal vez demasiado), y esa vibra de historia bélica vietnamita donde no pueden dejar de sonar los Rolling Stones de fondo. Kong aniquila sin piedad como cualquier animal que protege su territorio de los depredadores, y sólo pretende mantener el equilibrio natural que puede ser alterado por criaturas mucho más amenazadoras si no se las mantiene a raya.
El resto es una odisea de supervivencia por la selva y sus peligros a contrarreloj (tienen 48 horas para llegar a un punto específico donde serán rescatados): por un lado los civiles descubriendo la verdadera historia del mono y la isla, y por el otro los militares, mejor dicho Packard, que sólo busca vengarse del simio.
No hay un solo personaje que escape al cliché y el estereotipo, incluso Larson que, no será la damisela en peligro, pero poco y nada hace (y dice) a lo largo de dos horas de película. Sí, las dos mujeres que aparecen están pintadas, como el mismísimo Hiddleston y su cara bonita. Uno de los pocos protagonistas de “peso” resulta ser Jackson y su pseudo capitán Ahab, un personaje que ya lo vimos interpretar hasta el hartazgo y alguien debería avisarle que no lo haga nunca más.
Pero saquemos a los seres humanos de esta ecuación y quedémonos con la acción, la sangre y los encontronazos entre bichos prehistóricos que se siguen sumando a este universo compartido que desató la remake de “Godzilla” (2014), todo conectado a través de Monarch, esa organización gubernamental a la que le gusta experimentar con monstruitos.
Vogt-Roberts sabe lo que nos gusta y se esfuerza por mostrarlo en la pantalla. Nos sumerge dentro de los miedos y peligros de la jungla, y nos obliga (aunque no hace tanta falta) a que nos pongamos del lado de Kong hasta las últimas consecuencias. “Kong: La Isla Calavera” es pura parafernalia visual y eso no tiene nada de malo. Aprovecha a destilar un mensaje antibélico y algunas cuestiones políticas muy actuales, pero más interesante es cuando analiza esa mala costumbre del hombre de meterse dónde no lo llaman.