Blanca y monstruosa Navidad.
La incipiente llegada de las fiestas supone un fuerte movimiento en la pantalla grande, con películas infantiles llenas de amor familiar, mascotas adorables y actos que buscan recordarnos la grandeza que habita en nuestro espíritu. ¿Pero qué pasa cuando se agotan las ínfulas navideñas y lo único que queda es su contracara siniestra?
Algo de todo esto sucede en Krampus (2015), la nueva película de Michael Dougherty, director que ya ha visitado el lado oscuro de las festividades y la perversidad del folklore en Trick ‘r Treat (2007). En el centro de la historia tenemos a Max (Emjay Anthony), un pequeño cuyo espíritu navideño se ve aplastado cruelmente por su hermana y primas, que suman presión dentro de un cuadro familiar bastante caótico que completan sus padres, sus tíos y su abuela. Ante este escenario desconsolador, Max pierde su fe en la Navidad y sin saberlo abre las puertas a Krampus, una criatura mítica de las leyendas nórdicas que es nada menos que la contracara de Santa Claus, y no llega para esparcir dicha y felicidad, sino para castigar a aquellos que ya no tienen fe.
Una vez planteado el conflicto principal el film se vuelve una comedia negra con tintes de thriller fantástico, en la cual toda la familia debe luchar contra un mal que desafía la lógica de nuestra realidad, valiéndose de aquellos artefactos y clichés navideños más fácilmente identificables, los cuales dan un giro hacia lo perverso: duendes malignos, osos de peluche rabiosos, muñecas poseídas y cajitas musicales antropófagas.
La intervención divina y el suceso mágico o fantástico muestran su lado más tenebroso en un film con ciertas reminiscencias a Gremlins (1984) y a ese clásico episodio de la primera temporada de Cuentos de la Cripta (Tales from the Crypt), con un Santa asesino. La película, además, tiene un tono muy similar a la finlandesa Rare Exports (2010) y su Papá Noel devorador de niños. Se celebra la vuelta al cine PG-13 de ese contenido terrorífico que se permitía ser oscuro y que tanto se disfrutaba en los 80, un estilo ninguneado en la actualidad a causa de la excesiva corrección política que afecta en niveles inimaginables.
Estamos ante una historia tragicómica inicialmente en sintonía con las clásicas películas navideñas de Chevy Chase, que luego experimenta momentos dignos de un episodio de La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone), combinados con el componente de base de toda “monster movie”, para llegar a un final algo atolondrado que no sabe muy bien cómo cerrar todas esas buenas ideas que plantea, un hecho no menor pero que afortunadamente no hiere de muerte a una película cuyo corazón se encuentra al servicio de un tipo de entretenimiento perversamente divertido.