Raro espíritu de Navidad
Krampus es una extraña película navideña que mezcla comedia, horror, animación y sátira.
Ya es una cualidad de Krampus que uno se pregunte mucho antes de que la película termine: ¿es genial o sólo bizarra? La verdad es que calificarla de excelente, muy buena, buena o regular no deja de ser una cuestión secundaria, porque esta película de Michel Dougherty elude no sólo todas las calificaciones sino también todas las clasificaciones.
¿Comedia? Sí, hay risas. ¿Terror? Sí, hay miedo. También hay fantasía, caricatura social, parodia y animación. Y si bien no todos los platos desbordantes que sirve Hollywood son nutritivos, en este caso la combinación de extravangancias y recetas tradicionales provoca una rara adicción.
El tema no puede ser más ingenuo: un niño sensible, Max Engel, quiere seguir creyendo en Papá Noel, pese a que ya tiene la edad suficiente para saber quién paga los regalos y pese a que, salvo su abuela Omi, nadie a su alrededor se preocupa demasiado para conservar la magia de la Navidad.
Un padre ocupado, una madre neurótica y una hermana adolescente componen el resto de ese mundo que para Max se mantiene en equilibrio inestable entre la ilusión y la desilusión. Pero todo se desequilibrará cuando la maleducada familia de la hermana de la madre (un marido fanático de las armas, una caterva de hijos obesos, una perra y una tía aún más grosera) lleguen como todos los años a celebrar las fiestas juntos.
El tono que impera en los primeros minutos tal vez sea lo más crítico y gracioso que se permitió el cine navideño desde que se instaló como un ritual. Se trata de una sátira indiscriminada a la liturgia consumista y al concepto de familia como grupo de personas que toleramos sólo porque "comparten nuestro ADN" (para citar una línea de diálogo de la propia película).
Una escena en un shopping y otra en la casa de los Engel le bastan al director para hacer patente que Krampus no será otra película de Navidad norteamericana. Después, sin abandonar del todo ese humor inicial, lentamente el suspenso y el terror van relevando a la comedia.
La historia se desliza en dos direcciones simultáneas: las tensiones familiares (no carentes de afecto) y el misterio (respresentado por la figura enigmática de la abuela alemana). En ese contexto, aparece el mito germánico del Krampus, el espíritu maligno de la Navidad, nacido de la falta de esperanzas y de los deseos inconfesables.
Como si caminara por el borde de un precipicio, la narración respira sólo cuando es necesario y se vale de múltiples recursos para mantener su ambigüedad, su irreverencia y su sentido de que el máximo poder de la fantasía consiste en poner a la realidad entre signos de interrogación.