Espantosa Navidad
A tono con algunas películas destinadas a desmitificar la Navidad como un momento pleno en felicidad, Krampus (2015) es una rara avis dentro de ese grupo de films y de la cartelera cinematográfica en general.
Un santa no tan santo (Bad Santa, 2003), Batman vuelve (Batman returns, 1992), e incluso El Grinch (Dr. Seuss´ How The Grinch Stole Christmas, 2000), entre varias otras. Películas que, aún cuando en muchos casos terminan valorizando positivamente la Navidad, siembran una estela de espanto sobre la misma. Historias que se corren de la asociación directa que tal momento del año entabla con la candidez y la unidad familiar, para asumir un lugar menos tradicional. En Krampus, Max, como la mayoría de los niños del mundo, desea que esa postal se repita en su propia casa. Pero en la película de Michael Dougherty ocurre precisamente lo contrario.
Con un elenco en donde no hay actores “mainstream” (apenas se destaca la genial Toni Collette, como la madre al borde de un ataque de nervios), lo que Krampus expone es una pesadilla, que se cumple cuando el pequeño de la casa advierte que nada de lo que desea se va a hacer realidad. Por más buena y noble que sea la carta que le escribe a Santa (a Papá Noel, bah), nada parece mostrar su más mínima condescendencia. Primos insoportables que le hacen bullying, tíos groseros que no se saben comportar, más otras secuencias de adultos desagradables que poco hacen para amenizar las cosas. La primera parte de la película parece una Esperando la carroza (1985) yanqui; comedia con mucho griterío que culmina cuando, enfurecido, el muchachito rompe su carta y la arroja al viento y, como consecuencia de ello, un “demonio” navideño se toma el trabajo de arruinarle la vida.
Mientras que hay varias películas que defenestran la Navidad para luego recuperar sus valores, lo que aquí acontece es un movimiento inverso, una suerte de “venganza navideña” que tiene algo de #Pelicula,3486] (1986) pero con un final amargo. Por un lado, iguala a ambas películas cierto diseño artesanal en el diseño de los demonios que acechan a la familia. Por otro lado, la idea de que la fantasía infantil es el mejor lugar desde donde se puede señalar el horror de los adultos. Pero en el clásico de Jim Henson la reversibilidad de la trama (¿universo fantástico o maravilloso?) oficiaba, sea como sea, como ponderación del terreno de la imaginación. En Krampus, en cambio, el pesimismo más negro se termina imponiendo.
Aquella premisa ya hace interesante a Krampus, y si el resultado no es del todo convincente es porque al relato le cuesta cohesionar todas las ideas en un todo. Hay que señalar que el periplo diabólico está vinculado a una vivencia de la abuela alemana (contada de forma animada), que hay secuencias que parecen pensadas para niños (no muy pequeños, es verdad) y otras para los adultos, y que el tipo de humor “balbucea”; no termina de decidir qué aristas tocará. La película, en suma, no define a qué público se dirige. No obstante, se le agradece al realizador el riesgo asumido. Ideal para estas semanas pre-navideñas, qué más.