Maldita Navidad
Con una escena de créditos iniciales que muestra en slow motion a hordas de familias arrasando con un shopping para realizar las típicas compras navideñas, el director Mike Dougherty (el mismo de la interesante y poco vista Cuentos de Halloween) demuestra en dónde están sus sensibilidades. Lejos de ser una película de terror oscura y seria, Krampus tiene el tono juguetón de aquellos films que la productora Amblin de Steven Spielberg solía hacer en la década del 80, particularmente el de la saga Gremlins, de Joe Dante. Ubicada en las vísperas de la Navidad, el film de Dougherty transcurre mayormente en la residencia de una familia al que el término disfuncional parece quedarle corto, con hermanas que se odian, sobrinos que pelean y suegras insoportables. Es tal el nivel de intolerancia que uno de sus miembros, el joven Max, decide romper la carta que le había escrito a Papá Noel en el que deseaba que devuelva la unión familiar a esa casa. Es justamente ese acto lo que desencadena el arribo del personaje del título, una criatura basada en cuentos folklóricos que hace de contracara de Santa Claus, y que en lugar de traer regalos siembra el terror absoluto en el barrio castigando a la familia en cuestión. Es en ese instante en el que la comedia negra de la primera parte cede un poco al terror sobrenatural, aunque es claro que Dougherty no termina de tomarse al material completamente en serio, lo que hace de Krampus un film un tanto esquizofrénico a la hora de definir el tono de lo que quiere contar. Aún así, la película vale la pena por la creatividad que exhibe el director a la hora de crear escenas delirantes, como un ataque de muñecos de jengibre (un slapstick digno del mejor Sam Raimi) o un enfrentamiento de papá y mamá contra unos juguetes diabólicos que cobran vida y que no paran de causar el caos total. Krampus no será recordada por su originalidad ni por reinventar el género de terror, pero supone un rato agradable que a esta altura del año es recibido como un regalo navideño anticipado.