Laika nos trae una pequeña obra de arte basada en tradiciones orientales y colmada de momentos entrañables.
La película comienza con un mar bravío, en medio del mismo vemos a una mujer en una pequeña embarcación con un bulto aferrado a la espalda. De repente la marea la arrastra hacia la playa y notamos que el bulto se mueve y emite sonidos. Cuando la joven abre las telas nos encontramos ante un bebé con una característica especial: tiene un parche en el ojo. Este es Kubo, un sencillo y gran prólogo para presentar al personaje.
Desde el comienzo sabemos que será especial, y después de una elipsis temporal, tomamos conciencia de sus atributos. Kubo vive en una cima solitaria con su madre, quien se encuentra algo confundida, los sueños y la realidad no tienen límites en su mente. Kubo es quien baja a la aldea y con su instrumento musical mágico da vida a historias sorprendentes. Hasta que un día las premoniciones de su madre se cumplen, aquello que parecía fantasía ahora es real, y es a partir de ahí que comienza su travesía.
No hay más que elogios para esta aventura asombrosa de un atractivo visual exquisito y artesanal, en el que todos los elementos del folklore, de las fábulas y leyendas japonesas están presentes: las criaturas fantásticas, los seres mitológicos, animales extraordinarios. Así como también esa forma particular de concebir la existencia que tiene la cultura oriental, en la que se enfatiza la cualidad intuitiva por sobre la racional.
Donde los sentidos están a disposición de encontrar, en la naturaleza y en la simpleza que nos rodea, la belleza. Todo esto es Kubo y mucho más, porque asimismo es una gran historia familiar y de amor, en la cual se destacan valores como el respeto a los mayores, la bondad y el honor. Una película de excelencia visual que alterna las técnicas stop-motion y 3D, con una dinámica argumental ambiciosa y sofisticada. ¿Qué más se puede pedir?