A NO PESTAÑEAR
“Si van a pestañear, háganlo ahora”. Una película que comienza con esta línea, no puede más que prepararnos para una aventura fascinante, pero además se impone a sí misma un reto muy grande: esta aventura tiene que ser fascinante. Kubo y la búsqueda samurái se apodera de esa frase y la hace cuerpo, a través del relato y del más puro placer por la narración, pero también a través de su protagonista, Kubo, una suerte de juglar que arranca sus historias exigiéndole a su audiencia eso mismo que la película nos exige a nosotros: prepararse para lo increíble.
Kubo y la búsqueda samurái es, además, la nueva maravilla de los estudios Laika, productora de cine animado especializada en stop-motion. Un repaso por su corta filmografía nos prepara para lo mejor (El cadáver de la novia, Coraline, ParaNorman, Los Boxtrolls), pero además sienta las bases para un tipo de entretenimiento que respira libertad a cada segundo: cada una de estas películas resulta en primera instancia un prodigio técnico y visual, pero sobre todo una apuesta a complejizar la estructura del mainstream animado actual con historias que no se sienten apresuradas por convertirse en el fenómeno de feria del momento. La atención está puesta en lo que se cuenta, en los personajes y en un correcto fluir que justifica cada una de las decisiones de puesta en escena: por ejemplo en Kubo y la búsqueda samurái (torpe título local que inhabilita la poesía del original) la relación entre las tradiciones orientales y la referencia al origami tienen una estupenda concordancia no sólo con los sucesos que se cuentan, sino con las formas que va adoptando el relato en sus diversas capas: lo real, lo fantástico, lo onírico, la aventura y -fundamentalmente- el rescate del cuento y la tradición oral como una forma de memoria.
El gran tema de Kubo y la búsqueda samurái es precisamente cómo lidiar con las pérdidas. El protagonista sale, ante la presencia de una madre conmocionada y paralizada, a buscar sus orígenes, pero fundamentalmente a definirse hacia el futuro. Kubo arrastra una historia trágica, oscura: su abuelo le arrancó un ojo, sus tías lo buscan para matarlo, su heroico padre fue asesinado. Pero todo es una idea borrosa en la mente del protagonista. Por eso para Kubo, conocer y comprender ese pasado, será una forma de romper con el maleficio que impide el crecimiento. El camino que transitará es el que lleva del niño al adulto, y en ese movimiento tendrá que lidiar definitivamente con las pérdidas, asimilarlas. Para eso, el director Travis Knight se vale de una adecuada aplicación de la cultura oriental, especialmente en lo espiritual y en el vínculo que generan con la muerte y el más allá, pero -como decíamos- también en su tradición con las historias fantásticas y los cuentos que no son más que metáforas de lo terrenal. Todo esto es sobre lo que avanza el film, que es en verdad y en primer plano una gran aventura repleta de imaginativas secuencias de acción, con una utilización adecuada del humor que no suena a extorsión de la falta de ideas, y a unos personajes sólidos y coherentes con su propia y decidida búsqueda.
Y si todo esto no alcanza, Knight sabe que Kubo y la búsqueda samurái se podría valer sólo de su apartado visual para maravillar. Ojo, no estamos hablando de imágenes bellas y estáticas, sino de una poética visual que funciona perfectamente en la experiencia de sus personajes y, también, en la del espectador. Porque si las imágenes tienen la cualidad de ser imponentes, también son representativas del cuento que la película busca ser. Kubo y la búsqueda samurái es finalmente una celebración del contador de historias -y por relación, del cine mismo-, que encuentra en la propia esencia del arte cinematográfico la capacidad de construir memoria y, de paso, inhabilitar el olvido. Ahí está la clave de la película: ser alguien, hacer algo significativo, convertirse en recuerdo, ser memoria, hacerse inmortal.
Ahora sí, podemos pestañear.